"Lluvia de Rosas"

"Lluvia de Rosas"


Entrando la noche del 30 de septiembre de 1897, en un modesto convento de una ciudad de Normandía, dentro de la paz y el recogimiento de la clausura, una joven monja agonizaba después de una larga y dolorosa enfermedad. Inmediatamente tras su muerte, cualquiera habría esperado que la tristeza que embargaba a sus hermanas no hubiese rebasado los muros del convento más allá de llegar a aquellos que la hubieran conocido en vida, sobre todo teniendo en cuenta la corta edad de la joven, que sólo contaba veinticuatro años. Como parece, una tragedia local, pero nada más, sobre todo cuando la tuberculosis segaba tantas vidas.

La vida de la joven carmelita descalza había sido tan escondida y discreta como su muerte. Ingresó en aquel convento con apenas quince años y desde entonces viviría con auténtico fervor el amor a Jesucristo, su Esposo, en medio de las obligaciones y exigencias del carisma de santa Teresa de Jesús, a quien admiraba profundamente. Pero como sigue pareciendo, nada extraño. Había sido una niña muy recogida y con gran fervor religioso, cosa que sus familiares y amigos conocían de sobre en ella. Incluso podrían haber dicho que su vocación era de esperar. Sin embargo, tan sólo veintiocho años después de su muerte, medio millón de personas se congregó en Roma el día de su canonización. A todas luces, una locura. ¿Quién la había conocido? Y de haberlo hecho, ¿de dónde tanto amor por ella?

Nos puede parecer que la vida escondida no tenga fruto, que apartarse del mundo para dedicarse a servir a Dios con la consagración de la propia vida no ha de servir para mucho. Pero sabemos, por la comunión de los santos, de los hijos de la Iglesia, que todos los méritos que ganamos a ojos de Dios, que Él mismo engrandece con su gracia, sirven -con todo el sentido de la palabra «servir»- para el bien de todos nuestros hermanos. Por tanto, nadie nos alcanza más frutos sobrenaturales que aquellos que lo han dejado todo para orar por sus hermanos, para alcanzarnos favores, gracias, misericordia y amor de Dios. Las carmelitas descalzas son un carisma de consagración religiosa y vida contemplativa, cuya presencia mantienen hoy más de 11.000 monjas en casi 900 monasterios situados en 98 países de todo el orbe. Sin la fuerza de la oración de estas comunidades, además de las de otros muchos carismas, la Iglesia se muere. En los afanes de la vida ordinaria, donde muchos estamos llamados a encontrar la santidad, corremos el peligro de encontrar distracciones y tentaciones que nos hacen perder la presencia de Dios. Por eso, estas monjas llenas de amor por la Iglesia viven en constante presencia de Dios, como si de unos ángeles se tratase, apartadas del mundo para no dejar nunca solo a Nuestro Señor. Viven para rezar por nosotros.

Santa Teresa del Niño Jesús (santa Teresita para sus devotos) intercede ahora desde el cielo, igual que hacía desde el pequeño cielo que construyó en el convento a base de sencillez y amor a Dios. Se suele contar de ella que, no habiendo abandonado nunca este lugar hasta su muerte, fue curiosamente proclamada como patrona de las misiones. Así entendemos mejor el alcance de la oración de un alma sencilla. Como prometió en vida, ahora está pronta desde el cielo a hacer llover una lluvia de rosas sobre sus hermanos, los cristianos, una lluvia de gracias que le podemos pedir. No olvidemos nunca a las almas que, con gran amor, por el bien de las de sus hermanos, lo han dejado todo. Vivamos también para rezar por ellas.

Por Jesús Molina.


Artículo Anterior Artículo Siguiente
Christus Vincit