Biden y la unidad de vida

Biden y la unidad de vida

 

El presidente de los Estados Unidos de América, Joseph Biden


Vamos a ser claros. El presidente de los Estados Unidos de América, Joseph Biden, es conocido entre otras cosas por ser católico. Esto sorprende porque lo es de un país que solemos imaginar, al menos desde España, como lleno de incontables congregaciones protestantes presbiterianas diseminadas por todo el lejano oeste e incluso de alguna que otra secta o “iglesias” cuando menos llamativas y hasta misteriosas. Desde luego, es llamativo, que de entre 45 presidentes diferentes que ha tenido el país, Biden sólo sea el segundo bautizado en la Iglesia católica, sólo después de John F. Kennedy. El actual inquilino de la Casa Blanca procede de una familia de ascendencia materna irlandesa, que lo educó en la fe católica, lo cual supuso un hecho determinante en su juventud. A partir de aquí es difícil hacer historia, porque estamos hablando de un personaje más que actual, pero es fácil pensar que, si el mismo Biden ha llegado a declarar públicamente su fe incluso durante la última campaña electoral, entonces seguramente siga viviéndola lo mejor que pueda. Llegados a este punto, ¿a qué viene todo esto? Pues bien, vamos al histórico.

El pasado 5 de mayo de 2021, el presidente emitió la proclamación anual del Día Nacional de Oración, una conmemoración establecida por el Congreso de Estados Unidos en 1952 que, 36 años después, en 1988, se instauró su celebración anual en el primer jueves de mayo. Biden indicó en su declaración que “a lo largo de nuestra historia, los estadounidenses de muchas religiones y sistemas de creencias han recurrido a la oración en busca de fortaleza, esperanza y guía”. Sin embargo, no mencionó a Dios ni una sola vez. Un detalle sin importancia, al parecer, pero sigamos.

El 18 de junio del mismo año siguió avivando una polémica que comenzó con su acceso a la presidencia cuando se atrevió a firmar que los obispos no tienen potestad para negar la comunión a alguien por su apoyo público a la práctica legal del aborto, refiriéndose claramente a sí mismo, ya que había sufrido un incidente de estas características en una parroquia al intentar recibir la comunión poco antes de aquella declaración. Podríamos discutirlo, pero como ya digo, la polémica sigue.

El 3 de septiembre se atrevió a más y declaró, en su expertísima opinión sobre la biología de la fecundación, lo siguiente: «Respeto a quienes creen que la vida comienza en el momento de la concepción. No estoy de acuerdo, pero lo respeto. No voy a imponer eso a la gente». Desde luego, dice bien de él que no lo quiera imponer, pero es difícil imaginar en qué otro momento pueda comenzar la vida humana. No soy médico, pero Biden, tampoco.

En octubre del año pasado ya comenzaron a sonar algunas voces entre los obispos estadounidenses que clamaban al Papa, al menos para que pudiera corregir al señor presidente de sus errores. Podríamos pensar hasta este punto que un desliz (o una serie de desgraciados errores, mejor) lo tiene cualquiera. Pero es que hay más. El 23 de enero de 2022 ya habló claramente. El aborto «es un derecho que creemos debería ser codificado en una ley, y nos comprometemos a defenderlo con todas las herramientas que poseemos”, declaró. De hecho, la agencia de noticias Aciprensa reconocía que «la contradicción de Biden, que se proclama católico y ha recibido la eucaristía en misa al tiempo que defiende el aborto», había motivado «duras críticas de la Iglesia católica en Estados Unidos y en otras partes del mundo». Y la Iglesia católica no son sólo los obispos.

Hasta aquí podríamos decir aún que se enmarca dentro de las políticas de su partido, que no son más que decisiones políticas o declaraciones que no tienen por qué ser personales y miles de excusas más. Como si fuera posible y coherente actuar como dos personas diferentes. Pero basta ya. Quien lo defienda, que deje de leer.

Este señor de errática carrera se ha dedicado sistemáticamente a negar las doctrinas de la Iglesia católica. Y esto, en nuestro tiempo, es perfectamente comprensible. El problema está en que, no sólo es católico, ¡sino que además alardea de ello! Este tipejo es una vergüenza para la Iglesia, porque utiliza el noble nombre de cristiano en beneficio de su posición, para convencer de una gestión política que, para colmo, es desastrosa. A estas alturas de su mandato, no hay ningún motivo por el que estar orgullosos de que haya un católico en aquel puesto tan alto porque, de hecho, parece que en verdad no lo hay.

El pasado lunes celebramos a San Fernando III, que fue rey de Castilla y León en el siglo XIII. Fue primo hermano de San Luis IX de Francia, también en los altares, y ambos destacaron ya en su tiempo por sus virtudes, aunque sólo hace falta acercarse a la historia para comprobar cómo cada uno ejerció su función regia de forma muy diferente al otro. Aún así, ambos dieron testimonio cristiano verdadero.

La conclusión que cabe sacar de esta inusual exposición es que es posible ser santo en cualquier ámbito bueno y honesto, podemos actuar según nuestra conciencia dicta que podemos cumplir con nuestras obligaciones y llevar a cabo nuestras tareas y trabajos como mejor sepamos. Pero la comunión con Dios se pierde sólo por medio de una tragedia, fuera de toda bondad y libertad verdaderas, que es el pecado. A veces no podemos combatirlo o contribuir a que desaparezca en nuestro entorno. A veces incluso tenemos que tolerarlo, si no hay más remedio. Pero jamás un cristiano puede consentir, y mucho menos justificar, el pecado. Cualquier trabajo es lugar de lucha en el que abrazar la cruz para ser santos, pero en la política, llena de mentiras, dobleces, traiciones y deseo vanidoso del poder, esto es particularmente difícil. No todos son Santo Tomás

Moro o, de hecho, casi ninguno-. No los defendáis, no confiéis en ellos, sino sólo en Dios.
 

 

Artículo Anterior Artículo Siguiente
Christus Vincit