Hermana Ester, clarisa en Murcia
El pasado 28 de mayo, la hermana Ester realizó su profesión temporal de los votos (castidad, pobreza, obediencia y clausura). Nos abre la puerta a su comunidad de Clarisas de Murcia y nos abre su corazón contando la historia de su vocación y carisma. Una comunidad muy presente en Internet, además de una forma muy cercana y simpática, en su web, en su Instagram, en su canal de YouTube, en su Facebook, y en su fantástica tienda .
Pregunta. ¿Cómo era tu vida de fe antes de ser monja?
Respuesta. Estaba siempre muy ocupada, casi no paraba por casa, hacía todo lo que quería y podía, trabajaba, tenía mi dinero, viajaba y disfrutaba de mi tiempo libre haciendo cosas. Me encantaba bailar, la moda y el maquillaje, las fotos y fumar, pero era una chica muy sana, la verdad. Me esforzaba por ser una mujer capaz, independiente y fuerte. Tenía el deseo de enamorarme y compartir mi vida con un hombre que compartiera mis ideales. Esto me motivaba a estar preparada para cuando llegara ese hombre, realizarme me parecía la mejor forma de estar a la altura de lo que yo también quería. Entonces intentaba hacer muchas cosas, lo que me suponía un esfuerzo por estar siempre haciendo algo de provecho. Y, mientras tanto, la vida se me antojaba aburrida y pensar en el futuro, un rollo. La felicidad era algo que siempre estaba por llegar, aunque aparentemente me lo pasaba muy bien.
P. ¿Cuándo empezaste a pensar en la vocación?
R. Mi caballero no llegaba y, como por arte de magia, los que me gustaban desaparecían y los que se me acercaban no me gustaban. Mis proyectos profesionales se vieron frustrados y llegó un punto en el que dije: ¿qué está pasando? Y fue cuando decidí hacer un parón e irme unos días de retiro al convento de las hermanas pobres. Las conocía de hace tiempo y con ellas me sentía como en casa. A partir de ahí comencé un proceso de discernimiento muy lento en el que, poco a poco, el Señor me fue atrayendo de tal forma que me di cuenta de que tenía una duda desde siempre que no había querido responder, y que necesitaba respuesta: ¿y si Dios me quiere para Él? En ese tiempo pasé progresivamente del pánico a que mi vida no fuera lo que yo quería, al ansia por resolver esa duda, que ya no quería saber nada ni de chicos ni de nada. Y fue entonces cuando pedí hacer una experiencia de un mes en el convento.
P. ¿Cómo fue tu llamada a la vida de clarisa en Murcia en concreto?
R. Por mi relación con las hermanas, había forjado con ellas una relación de amistad, digamos que conectamos como cuando conectas con un chico. Entonces, si te gusta ese no te vas con su hermano o su primo, con el convento pasa algo parecido, aunque sea el mismo carisma, cada casa tiene una personalidad propia, y como Dios se vale también de lazos humanos, me atrajo así. Conocí otros conventos de Clarisas y otras congregaciones, pero a la hora de plantearme la vocación el corazón tiró hacia aquí. Desde que conocía a las hermanas había experimentado algo que no había experimentado en otros sitios, el amor de Dios en la sencillez, la alegría, el servicio, la normalidad. En ellas veía de cerca el amor de Dios.
P. ¿Qué te ayudó a discernir tu vocación?
R. Mi llamada fue algo muy sencillo, contrario a lo que me esperaba. Tenía una idea de la llamada muy mística, porque me había leído muchos libros de Santos, y entonces me esperaba encontrar grandes signos o demostraciones de Dios, como una voz o una palabra de la Escritura que me dijera claramente: "te quiero para mí, yo soy tu amado, tu eres mi amada...", o palabras del estilo. Yo quería y esperaba una petición clara por parte del Señor. Pero no fue así, de hecho, me di cuenta que estaba muerta de miedo y con mucha tensión, incluso los primeros días no podía dormir. El Señor tuvo que ir muy despacio conmigo, y se me acercaba poco a poco como un caballero, de una forma que yo podía asimilar. Cada día la palabra de la liturgia y los cantos me decían algo, el Señor me transmitía paz y que no tuviera miedo. Esto me pillaba de sorpresa. Por otro lado, veía a Jesús en las hermanas, en su forma de quererse, de servir, en su forma de tratarme con mucho respeto, en su alegría. Veía algo nuevo, algo que me hacía decir: “esto es, esto es lo que buscaba, Jesús está aquí”.
P. ¿Qué te atrae más de vuestro carisma?
R. Me presenta una imagen de Jesús muy normal, destaca sobre todo la humanidad en Jesucristo, y partiendo de eso el seguimiento de Cristo es algo muy chulo porque descubres que cuanto más humano eres, más divino. También me gusta mucho de este carisma algo que Francisco transmitió con su vida, somos hijos de Dios y por lo tanto hermanos, y estamos llamados a llevar la paz allí donde vayamos, evangelizando con la propia vida sin imponer nada, siendo hermanos de toda la creación y toda criatura como hechuras que somos del mismo creador.
P. ¿De qué modo te enriquece la vida de comunidad?
R. La vida en comunidad me enseña a ser persona y a amar más y mejor. Gracias a la vida en comunidad estoy comprendiendo que la vida requiere relacionarnos mucho, que cuanto menos nos relacionamos nos hacemos raros y torpes para proceder y desenvolvernos habilidosamente como personas. No hacemos nada solas, siempre vamos buscando juntas, porque es una forma de discernir la voluntad de Dios, y estar en continuo discernimiento. Además, en las relaciones fraternas tenemos el termómetro de nuestra relación con Dios, la relación con Dios se traduce en la vida, si amas a Dios y no amas a la hermana algo falla. Las hermanas me sitúan en la realidad de cada día y me ayudan a amar de forma concreta.
Pregunta. ¿Cómo era tu vida de fe antes de ser monja?
Respuesta. Estaba siempre muy ocupada, casi no paraba por casa, hacía todo lo que quería y podía, trabajaba, tenía mi dinero, viajaba y disfrutaba de mi tiempo libre haciendo cosas. Me encantaba bailar, la moda y el maquillaje, las fotos y fumar, pero era una chica muy sana, la verdad. Me esforzaba por ser una mujer capaz, independiente y fuerte. Tenía el deseo de enamorarme y compartir mi vida con un hombre que compartiera mis ideales. Esto me motivaba a estar preparada para cuando llegara ese hombre, realizarme me parecía la mejor forma de estar a la altura de lo que yo también quería. Entonces intentaba hacer muchas cosas, lo que me suponía un esfuerzo por estar siempre haciendo algo de provecho. Y, mientras tanto, la vida se me antojaba aburrida y pensar en el futuro, un rollo. La felicidad era algo que siempre estaba por llegar, aunque aparentemente me lo pasaba muy bien.
P. ¿Cuándo empezaste a pensar en la vocación?
R. Mi caballero no llegaba y, como por arte de magia, los que me gustaban desaparecían y los que se me acercaban no me gustaban. Mis proyectos profesionales se vieron frustrados y llegó un punto en el que dije: ¿qué está pasando? Y fue cuando decidí hacer un parón e irme unos días de retiro al convento de las hermanas pobres. Las conocía de hace tiempo y con ellas me sentía como en casa. A partir de ahí comencé un proceso de discernimiento muy lento en el que, poco a poco, el Señor me fue atrayendo de tal forma que me di cuenta de que tenía una duda desde siempre que no había querido responder, y que necesitaba respuesta: ¿y si Dios me quiere para Él? En ese tiempo pasé progresivamente del pánico a que mi vida no fuera lo que yo quería, al ansia por resolver esa duda, que ya no quería saber nada ni de chicos ni de nada. Y fue entonces cuando pedí hacer una experiencia de un mes en el convento.
P. ¿Cómo fue tu llamada a la vida de clarisa en Murcia en concreto?
R. Por mi relación con las hermanas, había forjado con ellas una relación de amistad, digamos que conectamos como cuando conectas con un chico. Entonces, si te gusta ese no te vas con su hermano o su primo, con el convento pasa algo parecido, aunque sea el mismo carisma, cada casa tiene una personalidad propia, y como Dios se vale también de lazos humanos, me atrajo así. Conocí otros conventos de Clarisas y otras congregaciones, pero a la hora de plantearme la vocación el corazón tiró hacia aquí. Desde que conocía a las hermanas había experimentado algo que no había experimentado en otros sitios, el amor de Dios en la sencillez, la alegría, el servicio, la normalidad. En ellas veía de cerca el amor de Dios.
P. ¿Qué te ayudó a discernir tu vocación?
R. Mi llamada fue algo muy sencillo, contrario a lo que me esperaba. Tenía una idea de la llamada muy mística, porque me había leído muchos libros de Santos, y entonces me esperaba encontrar grandes signos o demostraciones de Dios, como una voz o una palabra de la Escritura que me dijera claramente: "te quiero para mí, yo soy tu amado, tu eres mi amada...", o palabras del estilo. Yo quería y esperaba una petición clara por parte del Señor. Pero no fue así, de hecho, me di cuenta que estaba muerta de miedo y con mucha tensión, incluso los primeros días no podía dormir. El Señor tuvo que ir muy despacio conmigo, y se me acercaba poco a poco como un caballero, de una forma que yo podía asimilar. Cada día la palabra de la liturgia y los cantos me decían algo, el Señor me transmitía paz y que no tuviera miedo. Esto me pillaba de sorpresa. Por otro lado, veía a Jesús en las hermanas, en su forma de quererse, de servir, en su forma de tratarme con mucho respeto, en su alegría. Veía algo nuevo, algo que me hacía decir: “esto es, esto es lo que buscaba, Jesús está aquí”.
P. ¿Qué te atrae más de vuestro carisma?
R. Me presenta una imagen de Jesús muy normal, destaca sobre todo la humanidad en Jesucristo, y partiendo de eso el seguimiento de Cristo es algo muy chulo porque descubres que cuanto más humano eres, más divino. También me gusta mucho de este carisma algo que Francisco transmitió con su vida, somos hijos de Dios y por lo tanto hermanos, y estamos llamados a llevar la paz allí donde vayamos, evangelizando con la propia vida sin imponer nada, siendo hermanos de toda la creación y toda criatura como hechuras que somos del mismo creador.
P. ¿De qué modo te enriquece la vida de comunidad?
R. La vida en comunidad me enseña a ser persona y a amar más y mejor. Gracias a la vida en comunidad estoy comprendiendo que la vida requiere relacionarnos mucho, que cuanto menos nos relacionamos nos hacemos raros y torpes para proceder y desenvolvernos habilidosamente como personas. No hacemos nada solas, siempre vamos buscando juntas, porque es una forma de discernir la voluntad de Dios, y estar en continuo discernimiento. Además, en las relaciones fraternas tenemos el termómetro de nuestra relación con Dios, la relación con Dios se traduce en la vida, si amas a Dios y no amas a la hermana algo falla. Las hermanas me sitúan en la realidad de cada día y me ayudan a amar de forma concreta.
Comunidad de Clarisas de Murcia
P. ¿Cómo dejarse enamorar cada día más del Señor?
R. Pienso que la oración, y la Eucaristía, y la Palabra de Dios, me hacen ser consciente del aquí y ahora, de lo que estoy viviendo en el momento presente y cada día puedo hacer un parón y con la palabra recibo luz para leer lo que estoy viviendo y ver a Dios y descubrirlo en los pequeños detalles. Pienso que sin la interioridad y el silencio no es posible ver el amor de Dios día a día. La vida se nos escapa y consumimos acontecimientos y experiencias sin pararnos a degustar las cosas. Así es por lo menos como yo puedo conocer a Dios y empaparme de Él.
P. ¿Cómo vivís la cuenta de conciencia, y el respeto a la acción de Dios en cada una, dentro del carisma propio?
R. En la fraternidad tenemos la figura de la acompañante, una hermana destinada para esta misión, con la que hablamos cada cierto tiempo y compartimos nuestra vida, nuestra intimidad y nuestras inquietudes, es un espacio libre en el que te puedes expresar abiertamente y contrastar tu vida, viendo a través del habla por donde te va guiando Dios, no hay ruta que valga, en esto ves cómo cada una lleva su ritmo y su itinerario particular. Después está el equipo de formación, que lo forman la maestra y la acompañante, y están ahí para proponer y alentar en el camino e ir discerniendo lo que va pidiendo el Señor a cada una, por eso en nuestra casa unas hermanas estudian teología y otras no, otra estudia arte, otra música, y así dependiendo de cada una. Y esto es algo precioso, ver que somos únicas y nuestra llamada es única, que no hay una igual a otra, y que la fraternidad posibilite caminos para que las formandas puedan crecer y realizarse para gloria de Dios.
P. ¿Qué le dirías a los jóvenes que tienen inquietud vocacional y no saben qué hacer o cómo responder a ella?
R. Que no tengan miedo de buscar el amor de Dios, porque Dios es lo mejor que te puede pasar en la vida. Que no tengan miedo de preguntarle cuál es el sentido de sus vidas porque Dios les va a dar respuesta y además el proyecto de Dios siempre, siempre es más grande y más ambicioso que lo que nosotros podamos imaginar. Solo hay que ponerse en camino, es importante escucharse porque ahí Dios habla, los deseos que uno tiene no están ahí porque sí, y donde te sientas tú mismo y conectes no es por casualidad. Por último, creo que es fundamental no ir solos en la búsqueda, ponerte en manos de alguien que entienda del tema y para ti tenga autoridad moral, alguien en quien puedas confiar.
R. Pienso que la oración, y la Eucaristía, y la Palabra de Dios, me hacen ser consciente del aquí y ahora, de lo que estoy viviendo en el momento presente y cada día puedo hacer un parón y con la palabra recibo luz para leer lo que estoy viviendo y ver a Dios y descubrirlo en los pequeños detalles. Pienso que sin la interioridad y el silencio no es posible ver el amor de Dios día a día. La vida se nos escapa y consumimos acontecimientos y experiencias sin pararnos a degustar las cosas. Así es por lo menos como yo puedo conocer a Dios y empaparme de Él.
P. ¿Cómo vivís la cuenta de conciencia, y el respeto a la acción de Dios en cada una, dentro del carisma propio?
R. En la fraternidad tenemos la figura de la acompañante, una hermana destinada para esta misión, con la que hablamos cada cierto tiempo y compartimos nuestra vida, nuestra intimidad y nuestras inquietudes, es un espacio libre en el que te puedes expresar abiertamente y contrastar tu vida, viendo a través del habla por donde te va guiando Dios, no hay ruta que valga, en esto ves cómo cada una lleva su ritmo y su itinerario particular. Después está el equipo de formación, que lo forman la maestra y la acompañante, y están ahí para proponer y alentar en el camino e ir discerniendo lo que va pidiendo el Señor a cada una, por eso en nuestra casa unas hermanas estudian teología y otras no, otra estudia arte, otra música, y así dependiendo de cada una. Y esto es algo precioso, ver que somos únicas y nuestra llamada es única, que no hay una igual a otra, y que la fraternidad posibilite caminos para que las formandas puedan crecer y realizarse para gloria de Dios.
P. ¿Qué le dirías a los jóvenes que tienen inquietud vocacional y no saben qué hacer o cómo responder a ella?
R. Que no tengan miedo de buscar el amor de Dios, porque Dios es lo mejor que te puede pasar en la vida. Que no tengan miedo de preguntarle cuál es el sentido de sus vidas porque Dios les va a dar respuesta y además el proyecto de Dios siempre, siempre es más grande y más ambicioso que lo que nosotros podamos imaginar. Solo hay que ponerse en camino, es importante escucharse porque ahí Dios habla, los deseos que uno tiene no están ahí porque sí, y donde te sientas tú mismo y conectes no es por casualidad. Por último, creo que es fundamental no ir solos en la búsqueda, ponerte en manos de alguien que entienda del tema y para ti tenga autoridad moral, alguien en quien puedas confiar.
Entrevista realizada por: Miguel Jiménez (Hno)