Nunca me ha interesado demasiado la prensa rosa. No es sólo que me parezca indecente, y a veces incluso inmoral, convertir en un divertimiento la vida privada de los demás, sean estos más o menos conocidos, sino que ni siquiera esto me parece entretenido. Siempre me ha parecido que, para seguir detenidamente estos temas, hay que mantener un nivel de atención y de memoria sobre la vida de los famosos que resulta tremendamente agotador. Sin embargo, ya no vivimos en la época en la que estos temas sólo se podían leer en revistas que había que ir a comprar si te interesaban especialmente, sino que es muy fácil dar con ellos en medio de las noticias online o en Twitter, aunque no los busques. Es la expansión del cotilleo. Y, particularmente durante las últimas semanas en España, una de las personas que ha protagonizado el foco de la prensa del corazón es la famosa socialité Tamara Falcó, marquesa de Griñón. Insisto, no sé mucho de estos temas y he tenido que profundizar un poco sobre ellos ates de opinar.
Todo empezó cuando oíamos algo de una ruptura, algo muy frecuente en los círculos aristocráticos y de alta sociedad de nuestro tiempo -y de otros tiempos-. Tal como yo lo entendía, la famosa Tamara había dejado a su novio por haberlo descubierto siendo infiel, o algo parecido. No voy a profundizar porque no lo sé muy bien y no me parece un asunto edificante. La polémica vino de la mano de descubrir que Tamara se dedicaba en televisión nacional a defender la fidelidad, el amor para toda la vida, la entrega o la monogamia y que, a la vez que esto, y sorprendentemente, todos se le echaban encima tildándola de rancia, retrógrada, antigua y no sé qué más. Todo cobraba sentido cuando descubrí que días después participaba en un congreso internacional de familias y que, ya esta semana, peregrinó a Lourdes para ser voluntaria con la Hospitalidad para atender a los peregrinos enfermos.
Resulta que Tamara es una devota católica, conversa hace ya más de diez años, bastante comprometida con anunciar su fe en Cristo desde su posición pública y social. Por supuesto, en esta coyuntura, cuando se encuentra con esta dura situación, reaccionó de la manera que todos hemos visto y que a todos nos parece natural, con la excepción de los ignorantes tertulianos de televisión y otros personajillos bastante ridículos.
Me he interesado por investigar algo más sobre este personaje. Recientemente ha sido pregonera de la campaña del Domund de este año, y en su discurso ha reconocido grandes rasgos de lo que ha percibido como su vocación. Hablaba de la confusión que le produjo encontrarse con Cristo en e
ambiente que frecuentaba. Padres divorciados y casados varias veces, amistades traicioneras, lujos superfluos, etc. Todo le parecía frontalmente contrario al testimonio cristiano, y eso le hizo preguntarse cuál era el lugar en el que Dios la quería, al fin y al cabo. Sorprendentemente, reconoció que entendió su realidad familiar y social como el lugar en el que dar testimonio de Cristo, señalando algo que hoy olvidamos a veces, y es que todas las almas -absolutamente todas necesitan del amor de Dios. Todos los hombres están sedientos de Jesucristo y de su salvación, y esto incluye a los ricos y más favorecidos de nuestra sociedad.
Este discurso hoy resulta algo chocante porque hemos canonizado la pobreza, convirtiéndola en algo más cercano a la mediocridad que a una verdadera virtud como es en realidad. Y no me refiero con esto a que la Iglesia haya errado en prestar más atención a los pobres, porque este es un mandato de Cristo que no podemos olvidar. Sin embargo, conviene recordar que una opción preferencial por los pobres no implica el desprecio por la salvación de los que no lo son. Lo que señala acertadamente Tamara es que Dios quiere amar y salvar a todos, y en todos los lugares quiere hacerse presente. Ella ha entendido su conversión como un instrumento de Dios para ello, y además ha tenido el valor de hablar de esta experiencia sin ningún tipo de reparo sabiendo que le lloverían las críticas desde todos los canales, como nos pasa a todos los cristianos. De hecho, ya la han calificado, con malas intenciones, como «ultracatólica», algo que ojalá puedan decir de todos nosotros.
Parece extraño que yo diga esto, puesto que estoy bastante desconectado de la actualidad de este tipo, pero estos sucesos reportados por el salseo nacional nos han dado una lección. El apostolado no es exclusivamente para los pobres. No es mi intención en absoluto proponer a Tamara Falcó como un ejemplo de vida cristiana, puesto que hasta hace dos semanas a duras penas recordaba de quién se trataba, pero sí que he de reconocer que nos ha dado un ejemplo de testimonio cristiano en medio del mundo de hoy. Quizá si hubiese más voces cristianas auténticas desde una posición como la suya, los cristianos ocuparíamos un lugar de importancia en el debate público nacional y mundial. Mientras, nos seguirán tomando por un grupo marginal a no tener en cuenta en nuestra sociedad; nada más lejos de la realidad.
Todo empezó cuando oíamos algo de una ruptura, algo muy frecuente en los círculos aristocráticos y de alta sociedad de nuestro tiempo -y de otros tiempos-. Tal como yo lo entendía, la famosa Tamara había dejado a su novio por haberlo descubierto siendo infiel, o algo parecido. No voy a profundizar porque no lo sé muy bien y no me parece un asunto edificante. La polémica vino de la mano de descubrir que Tamara se dedicaba en televisión nacional a defender la fidelidad, el amor para toda la vida, la entrega o la monogamia y que, a la vez que esto, y sorprendentemente, todos se le echaban encima tildándola de rancia, retrógrada, antigua y no sé qué más. Todo cobraba sentido cuando descubrí que días después participaba en un congreso internacional de familias y que, ya esta semana, peregrinó a Lourdes para ser voluntaria con la Hospitalidad para atender a los peregrinos enfermos.
Resulta que Tamara es una devota católica, conversa hace ya más de diez años, bastante comprometida con anunciar su fe en Cristo desde su posición pública y social. Por supuesto, en esta coyuntura, cuando se encuentra con esta dura situación, reaccionó de la manera que todos hemos visto y que a todos nos parece natural, con la excepción de los ignorantes tertulianos de televisión y otros personajillos bastante ridículos.
Me he interesado por investigar algo más sobre este personaje. Recientemente ha sido pregonera de la campaña del Domund de este año, y en su discurso ha reconocido grandes rasgos de lo que ha percibido como su vocación. Hablaba de la confusión que le produjo encontrarse con Cristo en e
ambiente que frecuentaba. Padres divorciados y casados varias veces, amistades traicioneras, lujos superfluos, etc. Todo le parecía frontalmente contrario al testimonio cristiano, y eso le hizo preguntarse cuál era el lugar en el que Dios la quería, al fin y al cabo. Sorprendentemente, reconoció que entendió su realidad familiar y social como el lugar en el que dar testimonio de Cristo, señalando algo que hoy olvidamos a veces, y es que todas las almas -absolutamente todas necesitan del amor de Dios. Todos los hombres están sedientos de Jesucristo y de su salvación, y esto incluye a los ricos y más favorecidos de nuestra sociedad.
Este discurso hoy resulta algo chocante porque hemos canonizado la pobreza, convirtiéndola en algo más cercano a la mediocridad que a una verdadera virtud como es en realidad. Y no me refiero con esto a que la Iglesia haya errado en prestar más atención a los pobres, porque este es un mandato de Cristo que no podemos olvidar. Sin embargo, conviene recordar que una opción preferencial por los pobres no implica el desprecio por la salvación de los que no lo son. Lo que señala acertadamente Tamara es que Dios quiere amar y salvar a todos, y en todos los lugares quiere hacerse presente. Ella ha entendido su conversión como un instrumento de Dios para ello, y además ha tenido el valor de hablar de esta experiencia sin ningún tipo de reparo sabiendo que le lloverían las críticas desde todos los canales, como nos pasa a todos los cristianos. De hecho, ya la han calificado, con malas intenciones, como «ultracatólica», algo que ojalá puedan decir de todos nosotros.
Parece extraño que yo diga esto, puesto que estoy bastante desconectado de la actualidad de este tipo, pero estos sucesos reportados por el salseo nacional nos han dado una lección. El apostolado no es exclusivamente para los pobres. No es mi intención en absoluto proponer a Tamara Falcó como un ejemplo de vida cristiana, puesto que hasta hace dos semanas a duras penas recordaba de quién se trataba, pero sí que he de reconocer que nos ha dado un ejemplo de testimonio cristiano en medio del mundo de hoy. Quizá si hubiese más voces cristianas auténticas desde una posición como la suya, los cristianos ocuparíamos un lugar de importancia en el debate público nacional y mundial. Mientras, nos seguirán tomando por un grupo marginal a no tener en cuenta en nuestra sociedad; nada más lejos de la realidad.
Por Jesús Molina.