Propaganda en Bruselas

Propaganda en Bruselas

Sesión del Parlamento Europeo en Bruselas


    Soy un defensor de la libertad de expresión hasta las últimas consecuencias. Estoy convencido de que es extremadamente peligroso conceder a la autoridad pública la potestad más pequeña para decidir qué podemos decir y qué no. Por mí, que no dijera nada al respecto. Sin embargo, desde que el mundo es mundo, los poderes públicos han necesitado justificarse, encontrar una forma de decir y convencer a sus subordinados de que su forma de ejercer el poder es justa y procede de un derecho superior. Para esto, es muy común en la historia observar como los que han adherido el poder se han adherido a una u otra visión moral, religiosa o filosófica, sea auténticamente o no, solo para justificar su poder por medio de ellas. Es decir, tengo el poder por gracia de Dios, porque me ha elegido el pueblo, porque he ganado una guerra, porque soy el más fuerte, porque tengo todas las respuestas o porque la abuela fuma. Historias que nos contamos los seres humanos para hacer más sencillo comprender la realidad. Lo único real es que unos pocos tiene el poder y otros muchos, no.

    Seríamos unos estúpidos si cayéramos en el cuento posmoderno de que nuestros políticos de hoy son mejores que los de antaño porque los hemos elegido nosotros. Dejando de un lado el hecho de que no siempre los elegimos, aunque así sea, debemos tener claro que eso no los hace mejores. Nuestros políticos, como los del siglo XVI, siguen necesitando justificar su poder y lo hacen por medio de una ideología o filosofía concreta. Existen determinados asuntos en los que nunca estos políticos estarán en desacuerdo, aunque el desacuerdo sea la razón de su presencia en la política. Apartando por un momento a los antisistema que llevan la contraria, a veces valientemente, en estos asuntos, sabemos con certeza que nuestro mundo de hoy está comprometido con muchas causas: la conservación del medio ambiente, la tolerancia con los estilos de vida alternativos, el feminismo. Todo eso no es virtud, es la religión del Estado, el fundamento moral que nuestros políticos utilizan hoy para legitimar su poder, para que los veamos como defensores del bien. Sin embargo, basta rascar un poco para que empiece a verse la podredumbre.

    El pasado martes 2 de mayo se inauguró una exposición en el Parlamento Europeo llamada «Ecce Homo». En esta se representaban diversas escenas evangélicas y de la vida de Cristo de forma blasfema, haciendo aparecer a los personajes en posturas sexuales inapropiadas, obscenas y explícitas las más de las veces. Y antes de valorar este hecho, me parece esencial destacar lo primero que salta a la vista. La exposición, que puede gustar más o menos, es de un gusto pésimo. Que la calidad de la fotografía sea buena no convierte a una obra en algo de calidad. Se trata de bazofia propagandística de la peor clase. Pero aló que vamos.

    Yo estaba por la tolerancia. La tolerancia está siendo proclamada desde los púlpitos públicos como si lo hicieran con un martillo neumático. Una y otra y otra vez no paramos de escuchar que debe regir nuestra vida social e individual el respeto por el estilo de vida, las ideas y las palabras de los demás; no podemos convivir si no aceptamos que muchos no van a pensar, vivir y hablar como nosotros. Eso es así. Y salta también a la vista que, como consecuencia de este principio, yo debería respetar que alguien exprese sus ideas de esta manera. Y lo digo claro: lo respeto. Creo firmemente que nadie debería dar con sus huesos en la cárcel por algo que haya dicho, sea con palabras o con "arte", por burdo que este sea. Y así, la autora de esta exposición estaría en su derecho de publicar estas repugnantes imágenes, en el mismo derecho que tengo yo de calificarlas. Embargo, imaginemos que decido utilizar el mismo derecho y me presento en el Parlamento Europeo para exponer una obra que represente los pecados de este mundo, haciendo hincapié en que actos hoy tan aceptados socialmente como la fornicación, los actos homosexuales, el insulto, la calumnia, las amenazas o la venganza son pecados graves que van contra la ley de Dios. No para censurar a personas, no para pedir que nadie castigue estos actos, solo para decir que pienso eso. ¿Habría estado el Parlamento Europeo, adalid de la tolerancia y la democracia y los derechos humanos, dispuesto a permitir esa exposición? Una de dos: o piensa usted que no o quiere tomarme por tonto.

    Así que me he vuelto intolerante. Pero no me entiendas mal, no intolerante con las fotógrafas mediocres que hacen exposiciones blasfemas, ni con las manifestaciones de ideologías contrarias a la mía, ni siquiera con las ofensas a mi fe. Me he vuelto profundamente y firmemente intolerante contra los políticos y guardianes modernos de la moral que se llenan la boca de tolerancia y respeto solo para dar la imagen de que se incluyen en un modelo moral absurdo que permite la discriminación más violenta al mismo tiempo que se predica en estos "valores". Un cristiano serio, opino, ya no puede permitirse confiar en las instituciones para defender sus derechos individuales. No porque sea un tremendista que piensa que vivimos en una distopía esclavizante, sino porque hay que saber bien que ningún político defenderá a todos por igual, antes siempre a los que favorezcan su posición. No creen en el derecho, no creen en la justicia, no creen en nada más que en el poder y en sí mismos.

    No me digno a dirigirme a ellos, porque no me van a leer y porque tampoco me interesa, sino a usted, querido lector. Nadie en este mundo le va a salvar. Nadie. Los que ve en la tele y en otras tribunas públicas predicando sobre respetar los derechos, la justicia y las minorías solo entienden un lenguaje: poder, poder y poder. Las minorías solo interesan cuando dan votos, y no es ahora el caso de los cristianos. Así que, si espera que estos mismos apliquen con usted los principios de respeto y tolerancia que blanden, no puede estar más equivocado. Son una pandilla de patéticos que serán capaces de defender una manifestación blasfema, profundamente ofensiva y un pésimo gusto si eso aviva un poco la polémica y el enfrentamiento de los que se alimentan.

    Al final, queda el buen gusto de la gente que, por atea y anticristiana que sea, si lo tiene, despreciará una exposición cuya única intención es provocar odio y enfrentamiento. Eso no es arte, eso son panfletos.

Artículo Anterior Artículo Siguiente
Christus Vincit