Santo Domingo supo pronto que tenía vocación misionera, pero no supo muy bien cómo ponerla en práctica. Su gran elocuencia y su calidad humana habían impresionado a la gente de su tiempo, llevándolo a un amplio reconocimiento en los círculos de la alta jerarquía eclesiástica. Tanto es así que al menos tres veces le fueron ofrecidas algunas sedes episcopales, a las que siempre renunció. Se ve que no siempre la voz de la autoridad indica los caminos de Dios. Santo Domingo estaba libérrimamente convencido de la voluntad de Dios en su vida, y la vio con claridad cuando conoció en primera persona la situación real en la Provenza. Allí se había extendido desde principios del siglo XIII una herejía anticristiana, la albigense, que había hecho perder la fe a muchos a causa de la predicación de unos pocos que se reconocían iluminados, como mesías terrenales de su tiempo.
Santo Domingo no pudo volver la espalda a aquello y se propuso responder de la misma manera: la predicación salvaría a aquellas pobres almas. Con algunos compañeros formó una vida en común dedicada al estudio teológico para afinar al extremo sus palabras y así llegar con su predicación a los corazones perdidos antes de que los nobles franceses y aragoneses aprovechasen la situación para desatar la guerra en la región por hacerse con más tierras. La palabra podría más que la espada, y en muchos lugares fue así. Santo Domingo y sus hermanos, gracias al intenso estudio y la oración, salvaron a muchos de perderse y aun de morir.
La compañía de frailes fundada por Santo Domingo en 1215 alumbraría a muy numerosos personajes en la historia de la Iglesia que destacan por su brillante doctrina, y entre ellos se corona Santo Tomás de Aquino, el más sabio de los santos y el más sabio de los santos, a quien celebramos hoy. Santo Tomás consiguió no sólo compendiar y desarrollar sistemáticamente casi al completo todos los campos de la teología, sino que resolvió con asombrosa genialidad las principales controversias de su tiempo, cosa que hizo con tal adelanto que hizo dudar incluso a las mismas autoridades de su propia universidad. El estudio profundísimo de Santo Tomás, que sin su íntimo amor por Cristo y por la Iglesia no habría tenido profundidad alguna, ha determinado la estructura de cualquier desarrollo del estudio teológico desde entonces.
La Orden de Predicadores, los dominicos, con ya más de ocho siglos de historia, tiene hoy alrededor de 6.000 miembros entre frailes, monjas y otros cooperadores distribuidos por los cinco continentes, y continúan su labor ante la misma problemática que se encontró su fundador. Aún hoy -sorpresa para algunos- hay herejías en la Iglesia, y su maldad, que no de los que las profesan, no reside en sí mismas, sino en que sirven a la división de los hombres con Dios y con la Iglesia. Y esta permanente dinámica -sorpresa para otros- se combate con formación, con el estudio. La fe no depende de sentimientos y no reside sólo en la piedad. Sin conocimiento de Dios y de sus misterios no hay tampoco fe, pues sin la razón esta se ve mutilada. Quizá hoy, en observación de los méritos de Santo Tomás en su vida, podríamos fijarnos el sincero propósito de crecer en el conocimiento intelectual de los misterios divinos y humanos, cada uno según su condición, porque hasta el mismísimo Doctor Angélico reconoció ante una extraordinaria visión que toda su obra era como ceniza ante la inabarcable inmensidad de Dios.
Por Jesús Molina.