Cuando se trata de dar nuestra opinión, de hablar, de contarle una preocupación a alguien, siempre queremos que nos escuchen, en el fondo podemos llegar a pensar que nuestras ideas pueden ser mejores que la de los demás o que son más importantes, esto nos puede llevar a no escuchar y no tener en cuenta la opinión de los demás. Es por eso por lo que escuchar se convierte en una verdadera virtud cristiana que consiste en dejarse a uno mismo, dejar las propias ideas, los propios sentimientos y ánimos del momento para estar dispuesto a escuchar con atención las palabras de esa persona que está a tu lado. Escuchar implica callar, y callar implica dejarse a sí mismo, dejar ese impulso egoísta y natural de querer ser escuchado a toda costa, porque no es lo mismo escuchar que oír, solo si estás escuchando estás atendiendo y si atiendes estás amando al prójimo.
Así, el arte de escuchar se entrena en todo momento, con cualquier persona con la que hablamos, pero está claro que por nuestras fuerzas no somos capaces de escuchar y dejar atrás nuestro egoísmo, escuchar pasa a ser una virtud que nos cuesta mucho conseguir, porque el que escucha al prójimo con amor, está escuchando a Dios. Por eso en este preciso momento que estás leyendo esto, pídele al Señor esa virtud de poder escuchar al prójimo como te gustaría que te escucharan a ti.
Así, el arte de escuchar se entrena en todo momento, con cualquier persona con la que hablamos, pero está claro que por nuestras fuerzas no somos capaces de escuchar y dejar atrás nuestro egoísmo, escuchar pasa a ser una virtud que nos cuesta mucho conseguir, porque el que escucha al prójimo con amor, está escuchando a Dios. Por eso en este preciso momento que estás leyendo esto, pídele al Señor esa virtud de poder escuchar al prójimo como te gustaría que te escucharan a ti.
“Mis queridos hermanos, tengan presente esto: Todos deben estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar” Santiago 1, 19