Rogativas

Rogativas

Nuestro Padre Jesús Nazareno ante los campos de Vejer de la Frontera en la procesión de rogativas de febrero de 2022.
 
La confianza es un fenómeno bastante curioso. No por el hecho en sí, ya que parece razonable que busquemos un apoyo exterior a nosotros mismos cuando tenemos necesidad de auxilio, sino por aquellos en quienes la depositamos. Por lo general, todos tenemos muy claro en quien confiar. Si es nuestra familia, muy difícilmente nos equivocaremos. Si son nuestros amigos, tampoco es probable que nos decepcionen, aunque aquí hay que ser más prudentes. Por el contrario, si fuera un desconocido, nos costaría mucho confiar en él. Sin embargo, a la vista está que con frecuencia nos equivocamos. Toda persona con un mínimo de experiencia vital se ha visto alguna vez arrepintiéndose de haber confiado en alguien en quien no debía, y algunos pueden incluso seguir confiando su intimidad a aquellos que les decepcionan. Está visto que a veces -muchísimas- no actuamos de forma racional.

Pero, a diferencia de todo esto, es muy diferente la confianza en Dios. Para el cristiano que tiene fe no resulta difícil confiar en que Dios, su Padre, le hará el bien y le cuidará con cariñosa atención siempre que lo necesite. Incluso sabe que su Padre bueno permitirá todo aquello que pueda significar en su vida la consecución de un bien. Esta gran verdad, a diferencia de la confianza ciega que muchas veces hemos de tener en los demás, tiene una referencia absoluta en Jesús. En Él, Dios ya se ha mostrado como benefactor de la humanidad, aquel que entrega a su Hijo para que todos los hombres se salven, el que no se reservará nada para nosotros porque no se reservó ni a su propio Hijo (cf. Rm 8, 32). El creyente apoya su confianza en una base muy sólida. La fe se asienta sobre roca.

Sin embargo, es comprensible que no todos tengamos esta gracia, que haya quienes no tengan esa roca firme en la que sustentarse. El pasado domingo tuve el privilegio de participar en una procesión de rogativas en Vejer de la Frontera, un pueblo cercano a donde vivo. En España, y particularmente en el sur, se sufre desde hace varias semanas una situación de sequía cada vez más grave. A causa de la dificultad, muchas familias ya han sufrido pérdidas notables, sobre todo en los lugares donde la economía es más dependiente del campo. Por eso, ante la creciente desesperanza, las comunidades cristianas han mirado al cielo, confiados fuertemente en Dios, y han decidido recurrir a Aquel que auténticamente se interesa por sus vidas. En Vejer, el pueblo decidió recorrer las calles con una imagen de Nuestro Señor, Jesús Nazareno, rezando para pedir a Dios el don de la lluvia. Fue precioso y conmovedor. Además, pude rezar con ellos por una dificultad que me era más ajena hasta entonces. Para mi sorpresa, al volver a casa, me encontré con numerosos comentarios en las redes sociales y en los artículos de prensa que daban cuenta de este hecho que en muchos casos ponían por ridículo este acto de fe del pueblo cristiano, cuando no alguna vez se incurría en insultos. Incluso he conocido algún caso de personajes, generalmente no nativos de este pueblo, que se han atrevido lanzar estos comentarios en público como queriendo humillar. Celebro su sinceridad y su libertad, porque me inspiran la reflexión de hoy.

La Iglesia lleva recurriendo a Dios para todas sus necesidades desde que existe. En particular, las procesiones de rogativas y otros muchos sacramentales que la Iglesia lleva realizando siglos, según la costumbre del tiempo y el lugar, son actos valiosísimos de nuestra fe, por los cuales hacemos un reconocimiento expreso y público de nuestra fe y nuestra confianza en Dios. Los mismos apóstoles y discípulos recurrieron a Jesús por necesidades imposibles, como enfermedades y la propia muerte. Es más, ¿a quién iban a recurrir los apóstoles ante el duro trabajo por el Reino de Dios sino a quien habían visto resucitado de entre los muertos? Para los cristianos debe resultar más que natural, porque es doctrina segura, pedir el auxilio divino en toda necesidad, y más normal aún debería parecer a los no creyentes que los cristianos imploremos la ayuda de aquel cuyo Nombre llevamos en el alma. Ahora bien, si aún les sorprende nuestra confianza en Dios porque les parece contrario al “progreso”, es doble tristeza la que sufren. Primero, la de no tener ninguna confianza cierta, porque todas las personas pueden fallar, y aun cuando no, sabemos que no siempre estarán con nosotros. Segundo, porque no veo “progreso” alguno en dejar de creer en el Dios verdadero para acabar tragándose sin miramientos las mentiras descaradas de los falsos mesías políticos y espirituales de nuestro tiempo.

Los cristianos, por el bautismo, nos hemos unido de tal forma a la muerte y resurrección de Cristo que cualquier acto bueno que ofrezcamos a Dios, unido a la cruz de Jesús, es acogido como sacrificio de verdadero amor. Dios nunca deja de atender a esto, y si alguna vez no nos alcanza lo que pedimos, puesto que somos sus hijos, sabemos que nos dará lo que necesite nuestro bien. «Descargad en él todo vuestro agobio, porque él cuida de vosotros» (1P 5, 7).
 
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