Nuestros corazones siguen en Ucrania. Las dos semanas que llevamos presenciando esta violenta invasión nos han hecho cambiar profundamente nuestra forma de ver el mundo. Como se ha dicho mucho últimamente, esta no es la única guerra en curso, sino que antes ya persistían otros conflictos en otras muchas partes del mundo. Sin embargo, occidente estaba ya ciego de tanto mirarse el ombligo, y nuestra delirante distracción ha estallado en mil pedazos cuando nos han traído el horro de la guerra justo a la puerta de casa. Quizá el único mérito del tirano pirado de Putin después de todo, aunque sin intención, haya sido conseguir que los países occidentales nos unamos al menos en una única intención y miremos a otros pueblos que tienen muchos ejemplos que dejarnos para aprender. Las preocupaciones de los europeos estaban puestas en el clima, la lucha de sexos, la mascarilla y las vacunas, y de un día para otro nos han puesto el esquema patas arriba, arruinando nuestro superfluo bienestar y haciéndonos mirar a la realidad de un mundo en el que existen los verdaderos problemas trágicos de la humanidad y para los que no hay solución mágica alguna que no pase por el esfuerzo, el ahorro, al sacrificio y el trabajo duro, dejando de lado los cuentos de hadas posmodernos.
El pueblo de Ucrania se encuentra en una situación verdaderamente dramática, cosa que todos hemos podido ver en las últimas semanas gracias a la rápida conexión de nuestro mundo. El que menos ha visto imágenes de bombardeos y demás horrores injustos de la guerra. La violencia que este déspota anticuado ha descargado sobre los civiles ha caído, como la lluvia, sobre buenos y malos, sobre hombres y mujeres, sobre ancianos y jóvenes, y también sobre cristianos y no creyentes.
En Ucrania existe una notable variedad de confesiones cristianas. Como ya hemos presentado en otras ocasiones, la más numerosa del país es la Iglesia ortodoxa, paro esta ya no se encuentra unida. La Iglesia ortodoxa no posee la misma nota de unidad que la Iglesia católica, sino que se divide en una gran diversidad de iglesias autocéfalas, esto es, con una gran autonomía significada en la autoridad de sus máximos pastores, los patriarcas, que sirven como tales para comunidades más o menos extensas congregadas por lo general en torno a un contexto cultural, nacional, étnico o histórico. En este caso, la Iglesia ortodoxa en Ucrania se regía bajo la autoridad del patriarca de Moscú, que es el más importante de toda la comunidad ortodoxa europea. Sin embargo, en 2018, después del Sínodo del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, que sobresale como la primera autoridad de todas las Iglesias ortodoxas, reconoció la reclamada autonomía a la Iglesia ortodoxa en Ucrania, constituyendo la Iglesia ortodoxa de Ucrania bajo la autoridad del obispo-patriarca de Kiev. Actualmente, alrededor de la mitad de los fieles ortodoxos de Ucrania se incluyen en esta, mientras que la otra mitad se coloca bajo la autoridad moscovita.
Sin embargo, más allá de todo esto, hay un motivo aún más fuerte de unidad para nosotros con la comunidad cristiana de Ucrania. Pasados más de 500 años desde el Cisma de Oriente, en 1596, gran parte de este país fue integrado en el Reino de Polonia, y los prelados del oeste de Ucrania decidieron romper con la autoridad de Constantinopla y volver a la comunión con la Iglesia de Roma, bajo la autoridad del papa. Por supuesto, la Iglesia católica respetó por contrapartida sus ritos, usos y costumbres, de tal manera que se constituyó la que hoy es una de las 24 Iglesias sui iuris, o los 24 ritos, que componen la Iglesia católica. Después del rito latino, es el que más fieles incorpora, lo que significa que es la confesión católica oriental, o greco-católica, más numerosa con casi cinco millones de fieles. Además, aparte de estos, muchos se encuentran en la diáspora ucraniana, que es muy numerosa, en su mayoría en EE.UU. y en Polonia. Esta dispersión, como es de esperar, se incrementará en breve a causa de la invasión rusa.
Los ucranianos se están viendo obligados a dejar atrás sus casas, sus propiedades, sus familias, sus comunidades, sus lugares de origen y también sus templos, sus pastores, sus costumbres y, en esencia, los lugares que mantienen viva su fe. Es tremendamente injusto que por las causas que estamos observando se vean obligados a un horror como este, por lo que es nuestra obligación acogerlos en la medida de nuestras necesidades, porque bastante han tenido que abandonar sin culpa suya como para que además se les niegue el derecho a asentarse conservando sus vidas en todo lo que les sea posible. Si bien es cierto que los hispanos –los de América mucho más- nos encontramos muy lejos de este desastre humanitario, es nuestro deber de cristianos acoger a los que eventualmente requieran de nuestra hospitalidad. Y mientras esta obra de misericordia nos sea posible, Dios nos llama a voces a mantener nuestra oración despierta y nuestro sacrificio vivo por todos ellos, por los católicos, por los cristianos, por los ucranianos y por todos los que sufren el horror de la guerra.
El pueblo de Ucrania se encuentra en una situación verdaderamente dramática, cosa que todos hemos podido ver en las últimas semanas gracias a la rápida conexión de nuestro mundo. El que menos ha visto imágenes de bombardeos y demás horrores injustos de la guerra. La violencia que este déspota anticuado ha descargado sobre los civiles ha caído, como la lluvia, sobre buenos y malos, sobre hombres y mujeres, sobre ancianos y jóvenes, y también sobre cristianos y no creyentes.
En Ucrania existe una notable variedad de confesiones cristianas. Como ya hemos presentado en otras ocasiones, la más numerosa del país es la Iglesia ortodoxa, paro esta ya no se encuentra unida. La Iglesia ortodoxa no posee la misma nota de unidad que la Iglesia católica, sino que se divide en una gran diversidad de iglesias autocéfalas, esto es, con una gran autonomía significada en la autoridad de sus máximos pastores, los patriarcas, que sirven como tales para comunidades más o menos extensas congregadas por lo general en torno a un contexto cultural, nacional, étnico o histórico. En este caso, la Iglesia ortodoxa en Ucrania se regía bajo la autoridad del patriarca de Moscú, que es el más importante de toda la comunidad ortodoxa europea. Sin embargo, en 2018, después del Sínodo del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, que sobresale como la primera autoridad de todas las Iglesias ortodoxas, reconoció la reclamada autonomía a la Iglesia ortodoxa en Ucrania, constituyendo la Iglesia ortodoxa de Ucrania bajo la autoridad del obispo-patriarca de Kiev. Actualmente, alrededor de la mitad de los fieles ortodoxos de Ucrania se incluyen en esta, mientras que la otra mitad se coloca bajo la autoridad moscovita.
Sin embargo, más allá de todo esto, hay un motivo aún más fuerte de unidad para nosotros con la comunidad cristiana de Ucrania. Pasados más de 500 años desde el Cisma de Oriente, en 1596, gran parte de este país fue integrado en el Reino de Polonia, y los prelados del oeste de Ucrania decidieron romper con la autoridad de Constantinopla y volver a la comunión con la Iglesia de Roma, bajo la autoridad del papa. Por supuesto, la Iglesia católica respetó por contrapartida sus ritos, usos y costumbres, de tal manera que se constituyó la que hoy es una de las 24 Iglesias sui iuris, o los 24 ritos, que componen la Iglesia católica. Después del rito latino, es el que más fieles incorpora, lo que significa que es la confesión católica oriental, o greco-católica, más numerosa con casi cinco millones de fieles. Además, aparte de estos, muchos se encuentran en la diáspora ucraniana, que es muy numerosa, en su mayoría en EE.UU. y en Polonia. Esta dispersión, como es de esperar, se incrementará en breve a causa de la invasión rusa.
Los ucranianos se están viendo obligados a dejar atrás sus casas, sus propiedades, sus familias, sus comunidades, sus lugares de origen y también sus templos, sus pastores, sus costumbres y, en esencia, los lugares que mantienen viva su fe. Es tremendamente injusto que por las causas que estamos observando se vean obligados a un horror como este, por lo que es nuestra obligación acogerlos en la medida de nuestras necesidades, porque bastante han tenido que abandonar sin culpa suya como para que además se les niegue el derecho a asentarse conservando sus vidas en todo lo que les sea posible. Si bien es cierto que los hispanos –los de América mucho más- nos encontramos muy lejos de este desastre humanitario, es nuestro deber de cristianos acoger a los que eventualmente requieran de nuestra hospitalidad. Y mientras esta obra de misericordia nos sea posible, Dios nos llama a voces a mantener nuestra oración despierta y nuestro sacrificio vivo por todos ellos, por los católicos, por los cristianos, por los ucranianos y por todos los que sufren el horror de la guerra.
Por Jesús Molina.