Su Santidad el Papa Francisco ante Nuestra Señora, la Virgen de Fátima.
Hoy es un día de capital importancia en la historia reciente de la Iglesia. Durante los días en que la Santísima Virgen María nos hizo el dulcísimo regalo de aparecerse a tres pastorcillos en medio de la campiña portuguesa durante el año 1917, también nos dejó unos mensajes. En el segundo de ellos era especialmente específica, ya que según este mandaba de forma clara consagrar la nación rusa a su Inmaculado Corazón y la extensión de esta devoción por todo el mundo. En el relato de Sor Lucía dos Santos, la mayor de los tres videntes, Nuestra Señora dijo: «vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón […]. Si atendieran a mis pedidos, Rusia se convertirá y tendrán paz. Si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia, los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas. Por fin mi Corazón Inmaculado triunfará». Está, como veos, bien claro. Pero, ¿por qué Rusia?
Hoy también celebramos la solemne fiesta de la Anunciación y la Encarnación del Señor, que conmemora además el misterio del cual nacen como de una fuente todos los dignísimos privilegios y gracias que ha recibido de Dios la Virgen María. Este misterio marca lo esencial de la fe católica: que Dios se ha hecho hombre. Podríamos decir que lo es de cualquier confesión cristiana, y no mentiríamos. Pero el catolicismo es el que propone verdaderamente una forma de ver el mundo según el misterio de la Encarnación en todos sus sentidos y dimensiones. Este misterio significa que Dios a ha venido al mundo; que el mundo, que ha sido creado por Él y por eso es bueno, ha recibido al que es el Bien, la Verdad y la Belleza. Significa, en definitiva, que Dios omnipotente ha querido tan ardientemente habitar en el mundo de los hombres, este que está lleno de males, desgracias y lejanía de Dios, que ha tomado un cuerpo de hombre, que se ha hecho uno de nosotros igual a nosotros en todo menos en el pecado. Al fin, la Encarnación de Jesús, Dios hecho hombre, nos dice como con voz potentísima, que Dios ha querido ocuparse para siempre de nosotros y de todos los ámbitos en los que vivimos, de todos los males que sufrimos y de las cosas buenas que creamos y hacemos. No hay cosas en el mundo de las que Dios se desentienda. Todo lo aprovecha para nosotros, todo es para bien.
Es por todo esto por lo que en los meses en los que se gestaba la Revolución Rusa, entre marzo y noviembre de 1917, la Virgen nos daba un mensaje de Dios en uno de los momentos más significativos de nuestra historia. Como Dios nos cuida con amorosa atención de Padre, se ocupó de advertirnos los remedios de los que serían los mayores males de nuestra historia. Los que siguieron fueron, efectivamente, los años más mortíferos y trágicos de toda la historia humana de la que tenemos constancia, y en todo ello, como en cualquiera de los males de este mundo, estuvo implicado el pecado. El pecado, la separación de Dios, es el mal verdadero del mundo y la causa de todos los males. A ello podemos poner remedio reparando, haciendo penitencia y oración a Dios y con todos los medios que ya conocemos para apelar a su misericordia. Esto es lo que nos advirtió la nuestra Madre. Dios sabe en qué situación se encuentra el mundo porque no se desentiende, supo el mal que podía venir de Rusia y así nos lo hizo ver. La ideología totalitaria y destructiva que alcanzó por la fuerza el poder en esos años en el gigante del este trajo tantos males como era de esperar de su naturaleza. Dios nos advirtió, y la Virgen nos propuso un remedio.
La nación rusa, tradicionalmente cristiana, ha sufrido el absolutismo durante toda su historia, sin un breve y ligero respiro más que algunos años hace algo más de dos décadas. Los que han ocupado el poder en el Estado ruso en cualquier momento de la historia que se nos venga a la mente han procurado defender su posición de poder absoluto de cualquier influencia exterior que oliese, aunque sólo fuera un poco, a libertad. El occidente católico -y también protestante- siempre se ha visto como un enemigo al que contener, pero no de Rusia, sino de los poderosos rusos. Es por esto que no han dudado nunca estos jerarcas, ya fueran zares, secretarios del partido o “pútines”, en ni siquiera en invadir y someter a naciones hermanas con tal de contener peligros para su poder. Esto es lo que estaos viendo ahora, el más grave de los pecados en plena acción, el ansia de dominio y poder capaz de aplastar miles de vidas y de torcer otros millones con tal de mantenerse. Por eso, el problema no sólo se arregla con diplomacia y ejércitos, que también, sino fundamentalmente con oración y reparación.
Hoy, 25 de marzo de 2022, el Santo Padre consagrará Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María, haciendo resonar otros actos de consagración que sus sucesores ya emprendieron a modo de respuesta a la petición de Nuestra Señora. Es nuestra obligación como cristianos unirnos a la intención del Vicario de Cristo por numerosas razones más allá de la obediencia. Por supuesto, por el pueblo de Ucrania, pidiendo a Dios de corazón la restitución de la paz y la libertad entre sus hijos. Sin embargo, no hay que olvidar que el mandato de la Virgen fue explícitamente ordenado para la conversión de Rusia. Quizá ningún pueblo en la historia de Europa esté más necesitado de la liberación del pecado que el ruso, tal como se ha visto sometido a los caprichos de numerosos déspotas despreciable uno tras otro que se resisten fieramente a la conversión del corazón. Con confianza en Dios alcanzaremos la paz, pero comencemos por reparar nuestros propios pecados para satisfacer por los del mundo entero.
Hoy también celebramos la solemne fiesta de la Anunciación y la Encarnación del Señor, que conmemora además el misterio del cual nacen como de una fuente todos los dignísimos privilegios y gracias que ha recibido de Dios la Virgen María. Este misterio marca lo esencial de la fe católica: que Dios se ha hecho hombre. Podríamos decir que lo es de cualquier confesión cristiana, y no mentiríamos. Pero el catolicismo es el que propone verdaderamente una forma de ver el mundo según el misterio de la Encarnación en todos sus sentidos y dimensiones. Este misterio significa que Dios a ha venido al mundo; que el mundo, que ha sido creado por Él y por eso es bueno, ha recibido al que es el Bien, la Verdad y la Belleza. Significa, en definitiva, que Dios omnipotente ha querido tan ardientemente habitar en el mundo de los hombres, este que está lleno de males, desgracias y lejanía de Dios, que ha tomado un cuerpo de hombre, que se ha hecho uno de nosotros igual a nosotros en todo menos en el pecado. Al fin, la Encarnación de Jesús, Dios hecho hombre, nos dice como con voz potentísima, que Dios ha querido ocuparse para siempre de nosotros y de todos los ámbitos en los que vivimos, de todos los males que sufrimos y de las cosas buenas que creamos y hacemos. No hay cosas en el mundo de las que Dios se desentienda. Todo lo aprovecha para nosotros, todo es para bien.
Es por todo esto por lo que en los meses en los que se gestaba la Revolución Rusa, entre marzo y noviembre de 1917, la Virgen nos daba un mensaje de Dios en uno de los momentos más significativos de nuestra historia. Como Dios nos cuida con amorosa atención de Padre, se ocupó de advertirnos los remedios de los que serían los mayores males de nuestra historia. Los que siguieron fueron, efectivamente, los años más mortíferos y trágicos de toda la historia humana de la que tenemos constancia, y en todo ello, como en cualquiera de los males de este mundo, estuvo implicado el pecado. El pecado, la separación de Dios, es el mal verdadero del mundo y la causa de todos los males. A ello podemos poner remedio reparando, haciendo penitencia y oración a Dios y con todos los medios que ya conocemos para apelar a su misericordia. Esto es lo que nos advirtió la nuestra Madre. Dios sabe en qué situación se encuentra el mundo porque no se desentiende, supo el mal que podía venir de Rusia y así nos lo hizo ver. La ideología totalitaria y destructiva que alcanzó por la fuerza el poder en esos años en el gigante del este trajo tantos males como era de esperar de su naturaleza. Dios nos advirtió, y la Virgen nos propuso un remedio.
La nación rusa, tradicionalmente cristiana, ha sufrido el absolutismo durante toda su historia, sin un breve y ligero respiro más que algunos años hace algo más de dos décadas. Los que han ocupado el poder en el Estado ruso en cualquier momento de la historia que se nos venga a la mente han procurado defender su posición de poder absoluto de cualquier influencia exterior que oliese, aunque sólo fuera un poco, a libertad. El occidente católico -y también protestante- siempre se ha visto como un enemigo al que contener, pero no de Rusia, sino de los poderosos rusos. Es por esto que no han dudado nunca estos jerarcas, ya fueran zares, secretarios del partido o “pútines”, en ni siquiera en invadir y someter a naciones hermanas con tal de contener peligros para su poder. Esto es lo que estaos viendo ahora, el más grave de los pecados en plena acción, el ansia de dominio y poder capaz de aplastar miles de vidas y de torcer otros millones con tal de mantenerse. Por eso, el problema no sólo se arregla con diplomacia y ejércitos, que también, sino fundamentalmente con oración y reparación.
Hoy, 25 de marzo de 2022, el Santo Padre consagrará Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María, haciendo resonar otros actos de consagración que sus sucesores ya emprendieron a modo de respuesta a la petición de Nuestra Señora. Es nuestra obligación como cristianos unirnos a la intención del Vicario de Cristo por numerosas razones más allá de la obediencia. Por supuesto, por el pueblo de Ucrania, pidiendo a Dios de corazón la restitución de la paz y la libertad entre sus hijos. Sin embargo, no hay que olvidar que el mandato de la Virgen fue explícitamente ordenado para la conversión de Rusia. Quizá ningún pueblo en la historia de Europa esté más necesitado de la liberación del pecado que el ruso, tal como se ha visto sometido a los caprichos de numerosos déspotas despreciable uno tras otro que se resisten fieramente a la conversión del corazón. Con confianza en Dios alcanzaremos la paz, pero comencemos por reparar nuestros propios pecados para satisfacer por los del mundo entero.
Por Jesús Molina.