El papa copto, Teodoro II, y el papa Francisco intercambian obsequios en un encuentro ecuménico en Roma en 2013.
No dejen que los venecianos les engañen. Cuando uno tiene la fortuna de visitar Venecia, lo cual no he tenido la oportunidad de hacer por mí mismo, seguramente acude a alguno de los lugares emblemáticos de la ciudad antes que a cualquier otro sitio. El teatro La Fenice, el palacio ducal (o cualquier otro, porque son todos magníficos) o el Gran Canal con su preceptivo paseo en góndola, pero, antes que nada, todos los turistas van sin duda corriendo hacia la Basílica de San Marcos, sede del patriarca de la ciudad, de donde han salido incontables papas, por cierto. Allí se encuentra, para el orgullo de los venecianos, la mayor reliquia del evangelista San Marcos, discípulo de San Pedro y patrón de la ciudad. Sin duda, habría dado en su momento mucha importancia para esta ciudad en el orbe cristiano la presencia de este discípulo apostólico para dirigir una incipiente comunidad cristiana en los primeros años de la Iglesia. Sin embargo, ¡no fue así! San Marcos nunca estuvo en Venecia. Ni se acercó. Ningún veneciano le mentirá, pero seguramente tampoco le diga la verdad al respecto.
Los venecianos tienen fama de entregados comerciantes y navegantes desde tiempo inmemorial, sin duda bien merecida. En una de sus muchas rutas comerciales llegaban hasta el floreciente Egipto, rico en muchas mercancías, y hasta la ciudad de Alejandría, uno de los centros neurálgicos del Mediterráneo desde que fuese fundada en el siglo IV a.C. por el mismísimo Alejandro Magno. Hasta allí había llegado San Marcos en tiempos apostólicos después de unas peripecias marítimas dignas de todo buen apóstol. Habiendo conocido al Señor, según la tradición, acompañó luego a San Pablo en su primer viaje, separándose de este a mitad de camino y volviendo a Jerusalén. También acompañó luego a San Bernabé hasta Chipre (cf. Hch 13). Finalmente, acabó en Alejandría, donde fundó y presidió una primera comunidad cristiana en la ciudad como su primer obispo. Desde entonces, la presencia de cristianos en la ciudad, y consecuentemente en Egipto y toda aquella parte del mundo, es ininterrumpida hasta hoy, aun a pesar de todas las vicisitudes de la historia. Precisamente, fueron los venecianos los que, en unos de sus viajes, llegaron a la ciudad y, a principios del siglo IX, robaron sus restos de su tumba en la ciudad y lo llevaron hasta la ciudad de los canales. Carambolas de la historia.
La historia de la Iglesia en Alejandría es gloriosa. Dada la importancia cultural y comercial de esta ciudad en el mundo antiguo, también la comunidad cristiana de la ciudad y sus alrededores estaba a la altura de la sociedad en la que se encontraba. El florecimiento de la filosofía neoplatónica entorno a la escuela afincada en esta ciudad hizo asimismo que fuera potenciada la teología según sus criterios. Así, son innumerables los teólogos y doctores que han surgido al calor de la iglesia egipcia. San Clemente de Alejandría, Orígenes, San Atanasio, San Cirilo, Dídimo el Ciego, entre otros muchos, fueron algunos de los mayores exponentes en quienes cristalizó la doctrina que se gestaba entorno a esta comunidad, que cobraba una importancia creciente para toda la cristiandad. De hecho, algunos de ellos hubieron de defender la doctrina verdadera de la Iglesia cuando incluso otros patriarcas más importantes, como a veces el de Constantinopla, dividieron a la Iglesia a causa de distintos errores, como el caso de San Atanasio contra Nestorio o el de San Clemente contra Arrio. Desgraciadamente, y a razón de ciertas desavenencias entre los patriarcas y el poder político a cuenta del Concilio de Calcedonia, se acabó consumando un cisma en el año 457 que dura hasta hoy. Sin embargo, no podemos despojar a esta iglesia, que es llamada «copta», hoy una de las muchas iglesias ortodoxas autocéfalas, de su título legítimo de ser la más antigua y la única de origen apostólico de la región. Curiosamente, aunque existe una iglesia católica copta, esta tiene origen en diversas misiones occidentales promovidas por franciscanos más de mil años después, que se dice pronto, en el marco de un Mediterráneo pacificado después de la batalla de Lepanto, en el siglo XVI, cuando los turcos ya no molestaban en el mar a las labores apostólicas.
Hoy el patriarca ortodoxo de Alejandría, el «papa copto», se llama Teodoro II, tiene su sede El Cairo, la capital actual de Egipto, y lo es desde el año 2012. Pero no hay que olvidar que son dos. El patriarca de Alejandría de los coptos en comunión con la iglesia de Roma, el patriarca católico de Alejandría, se llama Abraham Isaac Sidrak y lleva en el cargo desde 2013.
A veces, la historia puede parecer mucho más enrevesada de lo que pueda ser en realidad. Si nos interesamos, puede ayudarnos como una herramienta muy útil para comprender cómo y por qué el mundo -y la Iglesia- son los que nos hemos encontrado en nuestra época. Entre católicos y ortodoxos, los cristianos coptos de Egipto rondan los doce millones de creyentes (aunque la iglesia ortodoxa recoge la práctica totalidad). Es muy enriquecedor conocer los orígenes de nuestra fe en cualquier parte del mundo, no sólo para estar a salvo de los falsos históricos propios de los mercaderes medievales venecianos, sino por acercarnos en espíritu de caridad y comunión a todos nuestros hermanos cristianos dispersos por el mundo.
Por Jesús Molina.