Lo del sínodo

Lo del sínodo

Cardenal Juan José Omella, Arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal Española.

El año pasado, Su Santidad el papa Francisco decidió convocar un nuevo sínodo de los obispos para 2023. Esto no es ninguna sorpresa. Desde que el Concilio Vaticano II revitalizó esta figura en la jerarquía eclesiástica, se vienen celebrando con cierta frecuencia estas asambleas de obispos que consisten en un órgano que trata temas concretos que son de especial interés para la Iglesia en cada momento. Artículo

Y, de hecho, se esperaba que para estos años hubiera que convocar un nuevo sínodo, sobre todo cuando la pandemia ha retrasado todo tipo de actividades a este nivel, tanto en la Iglesia como en la sociedad en general. Pues bien, el Santo padre decidió orientar este sínodo hace un tema algo sorprendente, la propia sinodalidad de la Iglesia, es decir, la dimensión sinodal de la Iglesia, su naturaleza de ser un cuerpo formado por muchos miembros que caminan hacia un mismo fin y que, en su diversidad de carismas, colaboran de diferentes maneras a su consecución.

Sin embargo, lo particular de este sínodo, lo más llamativo, es que precisamente para acentuar este carácter eclesial, se decidió que cobrase mucha más importancia la fase del sínodo que consiste en la participación de las distintas comunidades locales. En todos los sínodos, las diócesis dirigen un proceso cuyas conclusiones se destinan en conjunto a iluminar aquellas directrices que se toman en el sínodo. Así, en este caso, se ha cargado de importancia y de protagonismo este proceso diocesano y, posteriormente, nacional.

Hasta aquí, parece la descripción de cualquiera de estos acontecimientos. Sin embargo, en esta ocasión están comenzando a aparecer noticias bastante desconcertantes sobre las propuestas que están saliendo de algunas diócesis. Por ejemplo, leíamos con sorpresa que la archidiócesis de Barcelona, cuyo pastor es el presidente de la Conferencia Episcopal Española, un detalle que no es en absoluto desdeñable, incluya entre las propuestas recogidas del proceso sinodal ideas como la abolición del celibato sacerdotal o la apertura del sacramento del orden sacerdotal a las mujeres. Y digo con sorpresa, a pesar de que es un tema con el que diversos grupos están taladrando constantemente la actualidad, porque esta vez estas propuestas proceden de un proceso realizado en el seno de la jerarquía eclesiástica. Y aunque, en honor a la verdad, hay que decir que casi inmediatamente el arzobispo reconoció esta semana que estas afirmaciones se tratan solo de propuestas incluidas en aquellas conclusiones que se han extraído del diálogo propio del proceso sinodal diocesano, lo cierto es que pocas excusas se pueden dar ante este hecho.

Parece que se nos esté yendo de las manos. Lo que parecía que podía ser una oportunidad para construir y renovar procesos y estructuras que la Iglesia ya no servían a la nueva evangelización ni a los modelos propios que tanto deseamos adoptar para que la Iglesia pueda efectivamente cumplir con facilidad con su fin esencial en el siglo XXI, que es el de evangelizar y ninguno más, Al final se ha convertido en una plataforma para reclamaciones políticas e ideológicas. La Iglesia no es lugar para las ideologías. No las queremos. Y esta no era la intención de Su Santidad, estoy convencido. Sin embargo, las personas con esa intención son perfectamente capaces de aprovecharse de una oportunidad como ésta en beneficio de sus intereses particulares en detrimento de los intereses de la Santa Iglesia.

¿Y por qué tanta indignación? Al fin y al cabo, se trata de precisamente eso, propuestas. A las personas se les ha dado oportunidad de proponer y eso mismo han hecho. Pues bien, esto indigna profundamente porque parece abrir la puerta a que la doctrina cristiana, conservada en la Palabra de Dios y en la Tradición apostólica, sea materia de debate. El sínodo no es para esto, y si al final se va a dedicar a un debate para intentar modificar la doctrina, cosa imposible, según el capricho de grupos de presión, entonces sería mejor que ni siquiera lo llevásemos a cabo. No nos valen las excusas del señor arzobispo. Serán propuestas, pero son también errores, y es su deber corregirlos con caridad como pastor. Desde luego, más aún es un error permitir que sean incluidos en las conclusiones del sínodo cuando van frontalmente en contra de la doctrina católica más fundamental, cosa que un obispo debería saber. Confío profundamente en que no ha sido esta la intención del prelado.

Entiendo que la cuestión del celibato sacerdotal esté abierta consideraciones. No se me entienda mal, estoy frontalmente en contra de violar una tradición de 1700 años en la Iglesia latina solo porque las pasajeras corrientes posmodernas nos proponen compadecernos de quienes deben vivir un celibato que entendemos como represivo cuando en realidad es expresión de amor de entrega. Pero sí, no es un dogma de fe. Ahora bien, no ocurre así con la naturaleza del sacramento del orden sacerdotal, que es eso, un sacramento. Nos podemos poner a debatir sobre lo que dijo el papa Francisco en tal alocución, o sobre si San Juan Pablo II estableció una afirmación definitiva acerca de este asunto. Pero lo cierto es que no hace falta ser un doctor en teología para leer el catecismo, que dice lo siguiente: «Sólo el varón bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación. El Señor Jesús eligió a hombres para formar el colegio de los doce Apóstoles, y los Apóstoles hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores que les sucederían en su tarea. El colegio de los obispos, con quienes los presbíteros están unidos en el sacerdocio, hace presente y actualiza hasta el retorno de Cristo el colegio de los Doce. La Iglesia se reconoce vinculada por esta decisión del Señor. Esta es la razón por la que las mujeres no reciben la ordenación» (CIC 1577). La cuestión no está más o menos cerrada, es que nunca se ha planteado seriamente otra cosa.

Hablemos claro, como de costumbre. Las conclusiones que podemos sacar de estos sucesos que nos están empezando a abrumar son algo alarmantes. Me duele, a mí y a toda la Iglesia, que los pastores que deben cuidar de nuestra fe permitan confusiones de este grado. No dudo de su intención, porque no puedo. Pero es manifiestamente cierto que este tipo de globos sonda solo producen más confusiones, más preguntas, y desde luego no resuelven ningún asunto de los que la Iglesia necesita de verdad. Si alguien piensa que para la Iglesia urge alguna cuestión como esta, me cuesta entender el mundo en el que vive. Lo imploro desde aquí a todo el que tenga oportunidad de participar activamente en los procesos del sínodo, sea en la fase que sea: no confundáis a nuestros hermanos, es muy grave dejar que las doctrinas del mundo, complicadas y extrañas, se cuelen entre las enseñanzas de Jesucristo, que no nos pertenecen. Todo me hace pensar que la mejor participación que podemos efectuar en el sínodo es la oración por nuestros pastores, por todos los que participan en él y por sus conclusiones, para que hagan verdadero bien a la Iglesia.
 
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