Me resulta muy divertido cuando se acerca Halloween, y no por lo que se pueda pensar intuitivamente. Esta fiesta me parece vacía de contenido y, a mi juicio, se ha globalizado rápidamente tan sólo como una excusa más para lo que buscan la mayor parte de los que la celebran con gran ánimo, que no es otra cosa que salir de fiesta y dejar de lado sus vidas por un momento más. Nos puede parecer mejor o peor, pero eso es así. A mí esto no me interesa especialmente, así que lo que me resulta particularmente divertido es ver cómo se enfrentan las opiniones sobre Halloween en los días anteriores.
Recuerdo que hace ya más de diez años esta fiesta se popularizó bastante en España, y no sé cuándo apareció con fuerza en otros países hispanos, pero creo que se aplica un fenómeno similar. Entonces parecía que se limitaba a una serie de tímidas decoraciones en las tiendas y en las calles y a algunos chavales que salían a la calle disfrazados, pero que aún eran minoría. En poco tiempo la fiesta ha pasado a colegios, comercios, instituciones públicas, plazas, salas de conciertos, discotecas e incluso centros de mayores en los que yo mismo he podido ver alguna calabaza sonriente colgada en la pared. Este fin de semana todo estará lleno de telarañas de plástico, siluetas de brujas, esqueletos de broma y, cómo no, calabazas; muchas calabazas por todas partes. Todo esto nos puede resultar más o menos curioso, pero lo que a mí me resulta más llamativo es que esta fiesta, a diferencia de cualquier otra, suscita gran cantidad de juicios religiosos tanto de una como de otra opinión. No se me ocurre otra fiesta religiosa que a tantos les parezca tan mal y tan bien al mismo tiempo, y sobre la que tantos tengan la necesidad de opinar, por lo general de forma bastante intensa. Quizá el día de la Hispanidad esté a la altura, pero eso es política, harina de otro costal.
Primero están los fiesteros de Halloween. A muchos cristianos, igual que a muchos paganos, les parece genial disfrazarse de demonio, de bruja, de esqueleto, de vampiro o de otra cosa ridícula similar y salir a la calle a hacer lo mismo que se suele hacer cada viernes de fiesta, pero esta vez con un poco más de desenfreno y vestidos de mamarracho. Porque, no nos engañemos; los que se disfrazan en Halloween, si no son niños de menos de 14 años, no salen precisamente a pedir caramelos. En su contra, están los inquisidores de Halloween, dispuestos a denunciar, con firme dedo acusador, que se trata de una celebración que todos deberíamos borrar de nuestra memoria y nuestros calendarios fundamentalmente por dos razones: una, que es una fiesta extranjera (en esto no veo dónde está el problema); y dos, que es satánica, pagana, demoníaca, infame, viciosa y no sé cuántas cosas más. Estos suelen ser más intensos, por cierto. Lo más divertido, por supuesto, es cuando dos maestros de la opinión de estos géneros se encuentran y se enzarzan en un debate digno de cualquier programa de televisión de tertulia de sábado por la noche.
Estas dos posiciones, a pesar de todo, tienen algo en común. Son simples. Por sistema, aborrezco de cualquier intento de explicar o justificar los fenómenos de la realidad por medio de argumentos que sean sólo una calificación radical de los mismos. Pasa, por ejemplo, cuando hablamos de política. “Tal es de izquierdas” o “cual es de derechas” es un argumento muy común para dejar claro que algo está bien o mal, según nos identifiquemos con un ala ideológica. Aquí, en un asunto religioso o moral, ocurre lo mismo. Las expresiones “Halloween está bien” o “Halloween está mal” no contienen en sí mismas las razones por las que nos atrevemos a calificarlo de una u otra manera. La vida no es tan sencilla, y por lo general hay que observar las cosas con detenimiento y pensar sin dejarnos llevar por el ímpetu del juicio parcial. En pocas palabras, no conviene ponerse intenso.
Pensemos con calma y naturalidad. ¿Qué vemos que ocurre realmente en Halloween? Lo que yo veo, al menos, es que, la víspera de un festivo que muchísima gente no entiende ni conoce -a saber, el día de Todos los Santos copian la costumbre referente a los disfraces y las decoraciones que han aprendido de películas y series de producción estadounidense, se visten de esas mismas cosas, y salen a la calle a hacer lo mismo que hacen cualquier noche de sábado, pero, eso sí, con mucho más ambiente. Los más atrevidos permiten, o invitan, a sus hijos y sobrinos pequeños a salir a pedir caramelos, a sabiendas de que rara vez los propietarios de las casas que visiten estarán en disposición de proporcionárselos.
Para mí, queda claro que el fenómeno real de Halloween, al menos en la España de 2022, es una fiesta desprovista por completo de un sentido espiritual, ni bueno ni malo. No es más que el salir de fiesta convencional con una excusa añadida para intensificar la fiesta. La ocasión al pecado es la misma que en cualquier día de bebida, baile, inconvenientes compañías y demás entretenimientos populares de la sociedad occidental de nuestro tiempo. Si lo que nos preguntamos es si un cristiano puede celebrar Halloween, la respuesta no es simple, como ya he dicho. Habría que preguntar más a fondo cómo planea celebrarlo. Si su plan es el que acabo de describir, quizá no debe guardarse de él sólo en Halloween, sino siempre. Al final, resulta que el peligro de Halloween no es el espiritismo, porque el que practique el espiritismo, lo hará en cualquier día del año. El cristiano, por supuesto, no puede ni entregarse a un entretenimiento mundano y frívolo que incluye el pecado ni practicar cultos espirituales siniestros que no se dirijan a Dios. Pero es que no puede ni en Halloween, ni en Navidad, ni el 1 de mayo, ni el día internacional del libro. Ahora bien, si su plan para el día 31 no es más que ponerse un disfraz cutre y hacer el ridículo por ahí, que lo disfruten. A mí no me encontrarán; tengo el cumpleaños de un amigo.
Recuerdo que hace ya más de diez años esta fiesta se popularizó bastante en España, y no sé cuándo apareció con fuerza en otros países hispanos, pero creo que se aplica un fenómeno similar. Entonces parecía que se limitaba a una serie de tímidas decoraciones en las tiendas y en las calles y a algunos chavales que salían a la calle disfrazados, pero que aún eran minoría. En poco tiempo la fiesta ha pasado a colegios, comercios, instituciones públicas, plazas, salas de conciertos, discotecas e incluso centros de mayores en los que yo mismo he podido ver alguna calabaza sonriente colgada en la pared. Este fin de semana todo estará lleno de telarañas de plástico, siluetas de brujas, esqueletos de broma y, cómo no, calabazas; muchas calabazas por todas partes. Todo esto nos puede resultar más o menos curioso, pero lo que a mí me resulta más llamativo es que esta fiesta, a diferencia de cualquier otra, suscita gran cantidad de juicios religiosos tanto de una como de otra opinión. No se me ocurre otra fiesta religiosa que a tantos les parezca tan mal y tan bien al mismo tiempo, y sobre la que tantos tengan la necesidad de opinar, por lo general de forma bastante intensa. Quizá el día de la Hispanidad esté a la altura, pero eso es política, harina de otro costal.
Primero están los fiesteros de Halloween. A muchos cristianos, igual que a muchos paganos, les parece genial disfrazarse de demonio, de bruja, de esqueleto, de vampiro o de otra cosa ridícula similar y salir a la calle a hacer lo mismo que se suele hacer cada viernes de fiesta, pero esta vez con un poco más de desenfreno y vestidos de mamarracho. Porque, no nos engañemos; los que se disfrazan en Halloween, si no son niños de menos de 14 años, no salen precisamente a pedir caramelos. En su contra, están los inquisidores de Halloween, dispuestos a denunciar, con firme dedo acusador, que se trata de una celebración que todos deberíamos borrar de nuestra memoria y nuestros calendarios fundamentalmente por dos razones: una, que es una fiesta extranjera (en esto no veo dónde está el problema); y dos, que es satánica, pagana, demoníaca, infame, viciosa y no sé cuántas cosas más. Estos suelen ser más intensos, por cierto. Lo más divertido, por supuesto, es cuando dos maestros de la opinión de estos géneros se encuentran y se enzarzan en un debate digno de cualquier programa de televisión de tertulia de sábado por la noche.
Estas dos posiciones, a pesar de todo, tienen algo en común. Son simples. Por sistema, aborrezco de cualquier intento de explicar o justificar los fenómenos de la realidad por medio de argumentos que sean sólo una calificación radical de los mismos. Pasa, por ejemplo, cuando hablamos de política. “Tal es de izquierdas” o “cual es de derechas” es un argumento muy común para dejar claro que algo está bien o mal, según nos identifiquemos con un ala ideológica. Aquí, en un asunto religioso o moral, ocurre lo mismo. Las expresiones “Halloween está bien” o “Halloween está mal” no contienen en sí mismas las razones por las que nos atrevemos a calificarlo de una u otra manera. La vida no es tan sencilla, y por lo general hay que observar las cosas con detenimiento y pensar sin dejarnos llevar por el ímpetu del juicio parcial. En pocas palabras, no conviene ponerse intenso.
Pensemos con calma y naturalidad. ¿Qué vemos que ocurre realmente en Halloween? Lo que yo veo, al menos, es que, la víspera de un festivo que muchísima gente no entiende ni conoce -a saber, el día de Todos los Santos copian la costumbre referente a los disfraces y las decoraciones que han aprendido de películas y series de producción estadounidense, se visten de esas mismas cosas, y salen a la calle a hacer lo mismo que hacen cualquier noche de sábado, pero, eso sí, con mucho más ambiente. Los más atrevidos permiten, o invitan, a sus hijos y sobrinos pequeños a salir a pedir caramelos, a sabiendas de que rara vez los propietarios de las casas que visiten estarán en disposición de proporcionárselos.
Para mí, queda claro que el fenómeno real de Halloween, al menos en la España de 2022, es una fiesta desprovista por completo de un sentido espiritual, ni bueno ni malo. No es más que el salir de fiesta convencional con una excusa añadida para intensificar la fiesta. La ocasión al pecado es la misma que en cualquier día de bebida, baile, inconvenientes compañías y demás entretenimientos populares de la sociedad occidental de nuestro tiempo. Si lo que nos preguntamos es si un cristiano puede celebrar Halloween, la respuesta no es simple, como ya he dicho. Habría que preguntar más a fondo cómo planea celebrarlo. Si su plan es el que acabo de describir, quizá no debe guardarse de él sólo en Halloween, sino siempre. Al final, resulta que el peligro de Halloween no es el espiritismo, porque el que practique el espiritismo, lo hará en cualquier día del año. El cristiano, por supuesto, no puede ni entregarse a un entretenimiento mundano y frívolo que incluye el pecado ni practicar cultos espirituales siniestros que no se dirijan a Dios. Pero es que no puede ni en Halloween, ni en Navidad, ni el 1 de mayo, ni el día internacional del libro. Ahora bien, si su plan para el día 31 no es más que ponerse un disfraz cutre y hacer el ridículo por ahí, que lo disfruten. A mí no me encontrarán; tengo el cumpleaños de un amigo.
Por Jesús Molina.