En esta Cuaresma nos puede ayudar a vivir nuestro encuentro con Cristo a partir del que vivió la samaritana. (Jn. 4, 1-30)
Vemos a Jesús, que se hace el encontradizo, porque “tenía que pasar por Samaría”. Y se encuentra allí en el pozo solo con una mujer, el motivo por el que Jesús tenía que pasar por allí. Porque aquella tarde Jesús se quería encontrar con ella para salvarla. Tenía sed de su vida, de su fe, de redimir su alma.
Y ella también tenía sed, porque se había casado con varios hombres y ninguno había saciado su deseo de felicidad. Y Cristo se propone hacer redención, porque su Corazón Misericordioso dice “tengo sed” en la Cruz, como la tiene ahora de salvarte a ti, de que confíes en Él y te abras a su Misericordia. Tiene sed el Señor de nuestros pecados, de nuestras miserias y debilidades, de que nos entreguemos a Él sin reservas de una vez por todas. Porque Cristo se ha empeñado en nosotros, y está dispuesto a todo con tal de conquistar nuestro corazón.
Por eso le hace descubrir a aquella samaritana que Él conoce su vida, su pasado, pero la mira diferente. Ella ha experimentado tantas veces la incomprensión y el desprecio de los demás, pero en Cristo encuentra una mirada de Misericordia.
En esta Cuaresma dejemos que Dios salga a nuestro encuentro, pongámonos a tiro para ser tocados por su mirada de Amor. Atrevámonos a dejar que Cristo nos transforme. No tengamos miedo a abrirnos a Él. Dios conoce todos los rincones de nuestra vida y de nuestra alma. Y nos quiere ofrecer un agua que no nos dará más sed. Tantas veces que buscamos saciarnos en cosas que realmente no nos llenan, y Dios quiere colmar nuestra vida de plenitud, de su Gracia, de su Vida.