Los días hasta la Semana Santa ya se cuentan por pocos, y todos los cristianos somos bien conscientes de la importancia que tiene para nuestra vida espiritual, tanto eclesial como individual, vivirla intensamente y con buena disposición. En este sentido, los que tenemos la gracia inmensa de vivir en lugares donde esta semana grande se celebra, de una u otra manera, en las calles de forma social, tenemos también la seguridad de que, si disponemos el corazón a esta intención, aunque sea solo un poquito, el ambiente en el que nos movemos nos va a acompañar. En otras palabras, es mucho más viva para nuestros ojos y para nuestra fe la Pasión del Señor cuando las calles se engalanan y Él mismo prendido, crucificado o muerto pasa por ellas a la vista de todos y acompañado por muchos entre música, incienso y flores bajo la luz tenue del primer sol primaveral o a la luz de la luna llena de Pascua. Además, no es todo observación pasiva, sino que muchos también tendremos la ocasión de hacer penitencia acompañando al Señor con devoción.
Dado este marco general de lo que nos encontraremos en unos días, los que vivan en este ambiente y que sean cristianos mínimamente observadores habrán notado otra cara algo más profunda de todo este fenómeno, y es que no todo es auténtico. No se escandalicen los puritanos, que casi nada lo es en este mundo. Pero sí que es cierto que a muchos que salen a la calle en estos días a celebrar tanta pompa de devoción por la Pasión del Señor les falta una auténtica vida cristiana. Y no hablo de pecado, que de eso tenemos todos, sino de una manifiesta dejadez por comprometerse con lo que les exigiría una verdadera amistad con Jesús, por ser cristianos, seguidores de corazón de aquél que siguen con sus cuerpos en los días santos en que celebramos nuestra salvación. Y si alguien se da por aludido, me alegro, porque puede ser esa la puerta para tomar consciencia del conflicto profundo que puede darse en su vida entre un falso testimonio dado por ser activo en una cofradía y no serlo en el amor y servicio de Dios. De eso me hago cargo, pero de las ofensas, no.
Sin embargo, esto no me interesa tanto como seguir
avanzando en comprender las raíces de este fenómeno de extraña devoción sin fe que
se puede observar en estos días. Sin ánimo de buscar culpables, sino más bien
de reformar esta situación a base de bien comprender su naturaleza y sus
causas, cabe preguntarse si existe base o fundamento para las fuertes quejas
que escuchamos a este respecto, y es que nos encanta emitir juicio de todo lo
que vemos fuera de nosotros, pero rara vez de lo que sale de dentro.
Cuando manifiesto esta situación con preocupación
por la salud espiritual de todos los que circundan a las cofradías y a su particular
forma de devoción es casi seguro que me encuentre con una opinión de reafirmación
en la problemática, frecuentemente emitida o bien por personas de aparentemente
intachable vida cristiana o bien incluso por la jerarquía eclesiástica, sobre
todo párrocos con autoridad sobre una o varias de estas cofradías. Es decir, es
más que común que las personas bien seguras de su cumplimiento religioso se
atrevan a espetar con la misma seguridad sus quejas sobre la falta de vida
cristiana en las cofradías. Sin embargo, recordemos lo dicho, ¿has visto lo que
sale de dentro de ti?
Primero, por orden de importancia y de
responsabilidad, atención a los sacerdotes. Observemos lo siguiente: no se nos
escapa que es una obra titánica encontrar horarios de confesión en las
parroquias de nuestras ciudades. Casi que hay que emprender una auténtica
búsqueda digna de aquellas películas tan entretenidas de Nicolas Cage. Y
cuando uno encuentra esos horarios en alguna iglesia remota, apuesto mi mano
derecha a que, de la media hora diaria a la que se limitan las confesiones
allí, el sacerdote suele aparecer, si es que aparece, más de quince minutos tarde,
dejando al final para las confesiones cinco escasos minutos que se dedicarán con
suerte a confesar a las dos primeras personas de una fila bastante larga de pecadores
desesperados y después de los cuales desaparecerá porque tiene que celebrar la
misa. Y aunque sea algo caricaturesco, en algunos casos es real. En todos los
demás, lo es en parte. Y en ningún sitio te puedes confesar. Pues bien, si esa es
la atención a la salud de las almas de la grey de muchos pastores, ¿cuál es la
que dedican a los que, en las cofradías, tanto ocupan el tiempo y las energías
de sacerdotes agotados no se sabe muy bien de hacer qué? Es decir, y dejándonos
de afirmaciones figuradas, ¿qué derecho tienen a quejarse muchos sacerdotes
sobre la falta de autenticidad cristiana de muchas cofradías de las que son responsables
cuando su presencia en ellas se limita, si es que existe, a dirimir cuestiones
estéticas y organizativas? En mi opinión, ninguno. Puede ser una locura
revolucionaria, pero para mí que la salvación de esas almas está por delante de
si la procesión saldrá este año a la una o a las tres.
Y, en segundo lugar, estamos el resto de fieles. No
es difícil tampoco encontrar a quien se agobie por la exasperante presencia de
los cofrades estos días en sus templos, todos afanados en sus imágenes, sus
altares, sus inciensos, los asientos reservados, los pasos en medio de los templos,
los extraños que entran a verlos y el trajín de preparativos que rodea todas
estas cosas. Parecería que a estos fieles molestos les gustaría que mejor no
estuviesen, mejor que no se dedicasen tanto a montar altares y más a escuchar
misa, más a confesar sus pecados que a murmurar entre ellos. Y pueden ser
quejas acertadas, pero ¿acaso es esa la caridad que quieres aplicar a tu
hermano para que se convierta de su conducta y que viva? Porque la ocasión de
hacer apostolado es ideal. Muchas gentes que parecen perdidas ocupan estos días
nuestras iglesias para todos estos montajes, y muchos fieles optan por
esquivarlos y no mezclarse con ellos porque parecen que no son verdaderos
cristianos de misa diaria. Hacer apostolado en este contexto podría dar un
fruto admirable, y sin embargo preferimos cuestionar la autenticidad cristiana
de los devotos y resignarnos a que pasen rápido estos días para volver a nuestras
comunidades de siempre, con nuestras cosas de siempre y la personas de siempre.
Si eso no es la comodidad tóxica de la que se queja tanto el papa Francisco, de
verdad que yo ya no sé es.
En
definitiva, hay muchos que con su trabajo muy cansado – nos sorprendería saber
cuánto – nos regalan un ambiente increíblemente propicio para contemplar la
Pasión del Señor con el corazón lleno de arrepentimiento y amor. El mejor pago
que podemos hacerles nosotros, sus hermanos en Cristo, es compartir con ellos
este amor.