Ha llegado un nuevo curso con sus nuevas ilusiones y sus nuevos propósitos. Tal vez los mismos del curso anterior y que no hemos conseguido terminar de cumplir. Y otra vez un empeño que parece en vano si miramos el pasado con pesimismo. Ese que puede producirnos el no conseguir todo lo que uno se había propuesto. También pasa con la confesión, cuando nos damos cuenta de que nos confesamos otra vez de lo mismo y parece que no hemos escarmentado.
Sin embargo, probablemente no sea tan negativa la situación como pueda parecer. Seguramente, aún sin darnos cuenta, hemos ido cambiando interiormente, como la semilla del Evangelio (Mc. 4, 26-34), pues el Espíritu Santo va actuando en nosotros. Tal vez nuestra sensibilidad para con Dios ha ido creciendo, o la caridad y la humildad se han abierto paso en nuestro corazón. No olvidemos que todo es gracia y don de Dios.
Por eso hemos de mirar el nuevo curso, la vida, con esperanza, sabiendo que “los que confían en Dios no serán defraudados” (Rm. 10, 11). Hagamos una determinación firme por buscar siempre a Cristo, por querer agradarle. Pensemos en qué cosas concretas nos pide el Señor que mejoremos o que hagamos más a su estilo. Pero sin agobiarse. Cristo cuenta con nosotros y tiene un plan para cada uno. Con la ayuda de un director espiritual, pues el camino no lo podemos hacer solos, y con la gracia de Dios y el cuidado maternal de la Virgen… ¡se puede!
Artículo realizado por: Miguel Jiménez (Hno)