Mandatarios o servidores.

Mandatarios o servidores.

    El Papa Francisco junto al presidente de EE.UU., Joe Biden, durante su último encuentro en el Vaticano.


La semana pasada el presidente de los Estados Unidos de América, Joe Biden, se reunió en el Vaticano con su Santidad el Papa Francisco. Esta reunión fue especialmente significativa por dos razones. En primer lugar, Biden es el segundo presidente de confesión católica de este país, después de John F. Kennedy, lo que lo convierte en un acontecimiento histórico. En segundo lugar, fue la reunión personal de más larga duración de las que se hayan registrado entre un presidente estadounidense y un papa. Por tanto, salta a la vista que, no sólo el presidente, sino particularmente el papa Francisco tiene un interés muy marcado en entrar en contacto con la esfera política, y esto no ha dejado a nadie sin comentar el asunto. Tampoco a mí.

Sin embargo, en este espacio nos interesa abordar el papel de la Iglesia en cada caso. En este sentido, hemos de preguntarnos qué lugar ocupa la Iglesia en el servicio público, la política y los estados.

Los católicos hemos sido, como todo el género humano, dotados de libertad, también para actuar en la vida pública. Es por esto que algunos de nuestros hermanos deciden dedicar su vida a un oficio público, en muchas ocasiones para beneficio de la sociedad. En este sentido, la Iglesia, en cuanto grupo humano, también posee una influencia, mayor o menor, en la vida política de las sociedades humanas. Hay políticos y funcionarios que son cristianos, igual que hay cristianos desempeñando todo tipo de oficios. Ahora bien, cabe preguntarse, ¿está la Iglesia verdaderamente presente en la vida pública con vocación de servir al bien de la sociedad? Y es que el bien común, si es que se puede definir, es algo muy difícil de discernir más allá del bien de los individuos, el cual sí que podemos vislumbrar. Así, tampoco la Iglesia lo tiene tan fácil en este asunto. Si comprendemos esto, entenderemos entonces cuál es el verdadero papel de la Iglesia en la vida política.

La Iglesia la hacemos los cristianos. Con nuestras grandezas, nuestra fe, nuestro ánimo, además de con nuestros pecados, debilidades y errores. Somos los cristianos los que contribuimos, cada uno en su ámbito ordinario, a extender el Evangelio y el reino de Dios para que alcancen a todos los hombres. Anunciar y multiplicar el amor y el mandato de Cristo es nuestro fin mayor, antes que cualquier otro, y es el que debe orientar cada dimensión de nuestra vida. Pues bien, ocurre igualmente con aquellos que se dedican al servicio público. Estas personas deben preferir su fidelidad a Dios antes cualquier interés personal que pueda comprometer la bondad y honradez de su trabajo. El político cristiano debe obedecer a su conciencia, y esta debe guiarle antes que la mayor pasión que

mueve a los hombres: el poder. Mejor, la Iglesia no necesita políticos que sean cristianos. Ni siquiera necesita políticos. Necesita cristianos auténticos que den testimonio de santidad en su lugar de trabajo y de servicio comunitario.

En conclusión, la presencia de la Iglesia en la vida pública dependerá al fin de la autenticidad de los católicos en ella. Decirse cristiano no es lo mismo que serlo. Un cristiano en un cargo público deberá entonces estar muy atento a la legitimidad de todas sus decisiones, por pequeñas que sean, ya que el rostro santo de la Iglesia puede verse manchado por un trabajo defectuoso, en el que millones de ojos fijan su mirada juiciosa con todo el derecho del mundo.

Por esto, el mejor ejemplo para los que sirvan en la administración es el de santo Tomás Moro, el que fuera canciller de Inglaterra para Enrique VIII, que prefirió la muerte antes que negar su conciencia, por la cual no reconoció el derecho del rey a repudiar a su esposa.

Es muy oportuno, como nos propone la Iglesia en la liturgia, que no olvidemos a nuestros gobernantes en nuestras oraciones. Los políticos tienen en sus manos muchos destinos de la sociedad, y por eso sobre sus almas pesa una gran carga. No importa si piensas que deban tener más o que no es legítimo que los tengan, el hecho es que los tienen. Para los cristianos no es importante la convicción política, pues mucho más importante es el mandato de la caridad, así que recemos por ellos, y especialmente por los que dicen ser cristianos, porque nuestro bienestar depende en gran medida de sus decisiones y porque el juicio que pesará sobre ellos será, cuando menos, muy exigente.

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