Madre universal.

Madre universal.

Consagración de los templos paganos y primera misa en México-Tenochtitlán; detalle de óleo de José Vivar y Valderrama.

El 9 de diciembre del año 1531 fue sábado. Ese día, un indio de más de cincuenta años caminaba solo por un cerro, seguramente muy cansado, para ir a la ciudad de Tlatelolco. Para su sorpresa, allí encuentra a una bellísima señora que le pide construir un templo en aquel lugar, y que para ello lo solicite al obispo. Los españoles habían llegado a las costas de Norteamérica pocas décadas atrás, buscando riquezas más allá de las que les brindaba el Caribe, que eran muchas. Por el momento, habían encontrado muchas gentes, mezclándose con ellas y transmitiéndoles el anuncio del Evangelio. Este indio, Juan Diego de nombre, también se había bautizado años antes, como muchos paisanos suyos, y vivía ya criado en la sociedad incipiente nacida de la iniciativa hispana.


El obispo, no prestando mucha atención a Juan Diego, se rindió a la evidencia cuando el indiano apareció con una pobre tela en la que, sin explicación, aparecía impresa la imagen de aquella señora. Nuestra Señora, Santa María de Guadalupe, congregó desde entonces en torno a sí a millones de fieles hijos suyos, y la devoción que nació y pervive por ella merece un capítulo aparte. Sin embargo, la Virgen nos deja en esta aparición un mensaje mucho más claro que merece la pena resaltar, porque los hispanos somos sus destinatarios.


La Virgen es mestiza, como hija de indios y peninsulares, de ojos oscuros y dorada piel, de fina nariz y negros cabellos, de ojos rasgados y finos labios. Ella misma se presentó como «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del Dios Verdadero», la Madre de Jesús. La Señora que los hispanos venidos de más allá del océano conocían, pero más como una mujer parecida a las que ellos mismos traían consigo. Fue la Virgen quien unió en su persona, de forma visible, a los hombres de ambos hemisferios que, separados por las tragedias de la historia por miles de años, se volvieron a encontrar para ser hermanos y serlo en su Hijo, Jesús. La Virgen vino a traer hace quinientos años el asentimiento al proyecto de unión universal que, bajo la cruz de Cristo, dio origen a una de las obras filantrópicas más magníficas de nuestra historia: la Hispanidad. Hoy, cientos de millones de hombres y mujeres de todas partes del mundo se unen hermanados por la cultura en que han nacido, la lengua que han aprendido y, sobre todo, la filiación divina que han recibido la mayoría de ellos en la Iglesia católica. Este hermanamiento universal nunca antes visto y nunca después igualado tuvo su origen en la valentía de muchos hombres -a pesar de las torpezas y maldades de unos pocos-, a la vez que recibió un alma en torno a la cual se formó que no es otra que el amor de Dios manifestado por la Virgen Santísima. La que hoy es patrona de México, el segundo país con más católicosdel mundo, reúne aún a cientos de millones de hijos hispanos de todo el mundo, desde el río Grande hasta Tierra de Fuego, desde los Pirineos hasta Ceuta, en la Guinea y en las Filipinas y a lo largo de todo el globo.


Lo que nos viene a enseñar la Virgen este domingo es que, cuando Dios bendice una empresa realizada en su Nombre con recta intención, perseverancia y buen hacer, a pesar de las dificultades de las circunstancias, de la historia y de los propios hombres que con sus ignorancias y pecados ponen obstáculos a la gracia divina, Él mismo se encarga de que, a lo largo de los siglos, los frutos sean visibles y de provecho para la Iglesia santa y para la humanidad. Esto nos enseña la bellísima realidad que es la conformación de esta comunidad universal en torno a una forma católica de cultura. La hispanidad es esencialmente católica y, aunque los hispanos no estamos individualmente determinados a practicar religión alguna, no podemos renunciar a la forma de ver el mundo que poseemos heredada de una cultura que hace quinientos años cambió para siempre al asumir en sí misma a tantos millones con una diversidad tan floreciente. Nuestra cultura es intrínsecamente católica, esto es, esencialmente universal, porque un proyecto de universidad fue su origen y la universalidad es su vocación. Demos gracias a Dios por este don, porque no todos en el mundo lo poseen.


Hoy, gracias a este proyecto de globalización que fue el primero de la historia, gracias al empeño de numerosos hombres y mujeres que asentaron las bases de infinidad de instituciones legales y sociales para el bien de la humanidad y gracias al auxilio divino con el que contaron al poner su fe por delante, tenemos el gozo valiosísimo de pertenecer a la comunidad humana más grande del mundo, la de los más de quinientos millones de personas que, además de compartir lengua y cultura, compartimos una celestial Madre, hispana y americana, que nos protege desde el cielo y nos hace a todos hermanos, a los hispanos de ambos hemisferios. Viva la Virgen de Guadalupe.
 


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