Voluntarios de la iniciativa «40 días por la vida» en Estados Unidos.
Hace pocos meses entró en vigor en España una ley infame que, por medio de una reforma del código penal, castigaba con cuantiosas multas e incluso con la cárcel el acto de rezar frente a las clínicas abortistas. Por supuesto, en su momento no faltaron las críticas. Los más conservadores del arco político español se indignaron porque aún quedan algunos, que son muy pocos, que están en contra de la práctica del aborto. Incluso los más liberales, incluso favorables a la legalidad de esta práctica, hicieron notar el disparate jurídico que suponía penalizar a alguien por rezar. ¿Cómo se distingue, ante una denuncia por este artículo del código penal, a alguien que rezaba frente a una de estas clínicas de alguien que sólo estaba ahí de pie esperando? Esto aún no se ha resuelto, ni se resolverá. Quizá resulte repetitivo, pero queda de manifiesto que nuestra clase política es de lo más tiránico que hemos visto en mucho tiempo, sometidos a sus ideologías absurdas e inhumanas, deseosos de hacer cualquier cosa con tal de seguir calentando sillón, viviendo cómodamente con el dinero de los demás, a expensas de algún que otro disidente que se atreva siquiera a poner en duda sus criterios. Son mediocres, y como tales hacen leyes mediocres. Son ambiciosos, y como tales anteponen su poder a la vida y la libertad de sus semejantes.
Sin embargo, aun con todo esto, nos encontramos con felices sorpresas en este ámbito. La iniciativa «40 días por la vida», por ejemplo, ha continuado su actividad haciendo caso omiso de las estupideces salidas del Congreso de los Diputados. Se trata de una campaña de oración cada vez más extendida en nuestro país dedicada a rezar por el fin de la práctica del aborto, por lo general en la puerta de las clínicas donde este se practica. Los participantes se colocan frente a estas clínicas y, rosario en mano, utilizan las mejores armas de las que disponen para derribar estas obras malignas: paz y oración. Pues bien, ya empiezan a llegar, o más bien siguen llegando, noticias de bebés salvados gracias a la conversión de madres que, muchas veces en el extremo de su decisión, han decidido dar a luz a sus hijos por gracia de Dios, por la intercesión de estos auténticos salvadores.
La semana pasada, en una clínica de Barcelona, una mujer embarazada de gemelos salía llorando perseguida por dos trabajadores del centro entre las dudas propias de la abrumadora idea de acabar con la vida de sus hijos. Fue el abrazo espontáneo de una de las personas que, a riesgo de su libertad, rezaban ante la clínica lo que supuso la firmeza de su final decisión. Gracias a estos valientes se habían salvado nada menos que dos vidas.
También en Valladolid, hace sólo tres días, una madre que acudía a la ciudad para abortar desde un pueblo cercano se encontró con los voluntarios de esta iniciativa y, a causa de sus fuertes dudas, entabló diálogo con ellos y finalmente decidió seguir adelante con la vida su hijo. «40 días por la vida» lleva el recuento de tantos niños cuyas vidas acaba salvando por gracia de Dios. Están convencidos de que muchas madres son movidas por Dios en su corazón a detenerse ante la idea de abortar a sus hijos, y todo gracias a la oración de muchas personas voluntarias y gracias a su valentía.
Es de notar cómo en nuestro tiempo también a hay personas dispuestas a sufrir martirio. No vamos a olvidar, por supuesto, a tantos cristianos de todo el mundo que, viviendo en países dominados por regímenes totalitarios o bien rodeados por sociedades violentamente hostiles a ellos, se disponen a vivir la fe a riesgo de perder la vida, en muchas ocasiones de forma muy trágica. El verdadero martirio de sangre sigue más actual que nunca. Sin embargo, en nuestras sociedades donde, por lo general, aún reinan más o menos la paz y la libertad, los hijos de las tinieblas han ideado otras formas más sutiles de acosar a los hijos de la luz. Pero la esperanza se fortalece cuando contemplamos estas escenas. No es necesario pensar en lugares como Siria, Nicaragua o China para ver cómo el martirio sigue vivificando a la Iglesia, y es que tenemos a mártires valientes en nuestras calles que sacrifican su libertad por la vida de sus hermanos.
Es más, tú puedes ser uno de ellos. Para el mundo de hoy es absurdo proponer el martirio como algo atractivo, pero es que no lo es. Es lo que el mundo no entiende. No nos atraen el descrédito, el ostracismo, el aislamiento, la vergüenza o la humillación, sino el amor de Jesús y de nuestros hermanos. «Amaos unos a otros como yo os he amado», nos dice, y Él nos amó dando su vida en la cruz. ¿Qué menos que el riesgo de la cárcel por la vida de los más vulnerables? Reza por ellos. Si viven, son almas que habrás ganado para el cielo.
Sin embargo, aun con todo esto, nos encontramos con felices sorpresas en este ámbito. La iniciativa «40 días por la vida», por ejemplo, ha continuado su actividad haciendo caso omiso de las estupideces salidas del Congreso de los Diputados. Se trata de una campaña de oración cada vez más extendida en nuestro país dedicada a rezar por el fin de la práctica del aborto, por lo general en la puerta de las clínicas donde este se practica. Los participantes se colocan frente a estas clínicas y, rosario en mano, utilizan las mejores armas de las que disponen para derribar estas obras malignas: paz y oración. Pues bien, ya empiezan a llegar, o más bien siguen llegando, noticias de bebés salvados gracias a la conversión de madres que, muchas veces en el extremo de su decisión, han decidido dar a luz a sus hijos por gracia de Dios, por la intercesión de estos auténticos salvadores.
La semana pasada, en una clínica de Barcelona, una mujer embarazada de gemelos salía llorando perseguida por dos trabajadores del centro entre las dudas propias de la abrumadora idea de acabar con la vida de sus hijos. Fue el abrazo espontáneo de una de las personas que, a riesgo de su libertad, rezaban ante la clínica lo que supuso la firmeza de su final decisión. Gracias a estos valientes se habían salvado nada menos que dos vidas.
También en Valladolid, hace sólo tres días, una madre que acudía a la ciudad para abortar desde un pueblo cercano se encontró con los voluntarios de esta iniciativa y, a causa de sus fuertes dudas, entabló diálogo con ellos y finalmente decidió seguir adelante con la vida su hijo. «40 días por la vida» lleva el recuento de tantos niños cuyas vidas acaba salvando por gracia de Dios. Están convencidos de que muchas madres son movidas por Dios en su corazón a detenerse ante la idea de abortar a sus hijos, y todo gracias a la oración de muchas personas voluntarias y gracias a su valentía.
Es de notar cómo en nuestro tiempo también a hay personas dispuestas a sufrir martirio. No vamos a olvidar, por supuesto, a tantos cristianos de todo el mundo que, viviendo en países dominados por regímenes totalitarios o bien rodeados por sociedades violentamente hostiles a ellos, se disponen a vivir la fe a riesgo de perder la vida, en muchas ocasiones de forma muy trágica. El verdadero martirio de sangre sigue más actual que nunca. Sin embargo, en nuestras sociedades donde, por lo general, aún reinan más o menos la paz y la libertad, los hijos de las tinieblas han ideado otras formas más sutiles de acosar a los hijos de la luz. Pero la esperanza se fortalece cuando contemplamos estas escenas. No es necesario pensar en lugares como Siria, Nicaragua o China para ver cómo el martirio sigue vivificando a la Iglesia, y es que tenemos a mártires valientes en nuestras calles que sacrifican su libertad por la vida de sus hermanos.
Es más, tú puedes ser uno de ellos. Para el mundo de hoy es absurdo proponer el martirio como algo atractivo, pero es que no lo es. Es lo que el mundo no entiende. No nos atraen el descrédito, el ostracismo, el aislamiento, la vergüenza o la humillación, sino el amor de Jesús y de nuestros hermanos. «Amaos unos a otros como yo os he amado», nos dice, y Él nos amó dando su vida en la cruz. ¿Qué menos que el riesgo de la cárcel por la vida de los más vulnerables? Reza por ellos. Si viven, son almas que habrás ganado para el cielo.
Por Jesús Molina.