¿Qué es la conversión?

¿Qué es la conversión?

 


Estatua que homenajea al teólogo dominico Francisco de Vitoria frente al convento dominico de San Esteban de Salamanca

La cuaresma es tiempo de conversión. Esta es una frase que muchos estarán muy cansados de escuchar, entre los que me cuento yo mismo, y es que, cuando llega la cuaresma, es muy común oír eso mismo en las predicaciones y charlas. Cualquiera a quien le pidamos que nos explique en qué consiste la cuaresma recurrirá a decir eso: la cuaresma es tiempo de conversión. Y no es falso. En la Pascua, dentro de un mes, celebraremos el misterio de nuestra salvación, la muerte y resurrección de Cristo en las que hemos sido salvados de nuestros pecados. Precisamente por la naturaleza de la salvación necesitamos hacer memoria y penitencia por nuestros pecados para que, cuando llegue la Pascua, estemos muy bien dispuestos a recibir una gracia tan grande de Dios. Un corazón arrepentido es mejor tierra para plantar la salvación que uno soberbio. Por eso es cierto: la cuaresma es tiempo de conversión. Pero, ¿qué es la conversión?

Hay muchos cristianos que se encuentran con la cuaresma como un tiempo en el que hacen propósitos, trabajan por cumplirlo y piden a Dios ser mejores. Eso es esencialmente convertirse, pasar de un estado a otro, del pecado a la gracia, de las malas costumbres a la vida sobria y piadosa, en términos más tradicionales. Sin embargo, muchos otros observan la cuaresma igual que una vaca mira cómo pasa el tren. Oyen el Evangelio, atienden a la llamada directa de Cristo en estos días a la conversión, pero nada de eso se transforma en realidad, y en la realidad es donde ocurren las cosas, también la conversión. Pongamos un ejemplo pagano de nuestro tiempo. Cada vez que termina el mes de diciembre y comienza el de enero, muchas personas hacen lo que han dado en llamar propósitos de año nuevo, como si cambiar un número en nel calendario significase necesariamente un cambio de vida por una causa que desconozco. De hecho, nadie que se tome muy en serio los propósitos de año nuevo lo hace por otra causa que no sea por sí mismo. Y, sin embargo, son muy pocos los que se los toman en cero. Es casi un meme decir que los propósitos de año nuevo están para no cumplirlos. Pues bien, los propósitos de cuaresma son algo así como los de año nuevo para muchos cristianos de hoy. Primero, entienden que en su vida hay algo que deberían mejorar. Luego, se lo proponen. A continuación, hacen algún pequeño esfuerzo por cambiar esa conducta o hábito y, al final, si lo consiguen, se alegran levemente, si es que no regresan pronto a su vida pasada. Y en todo este proceso, Dios no está ni se le espera.

En el siglo XVI, los teólogos, y principalmente los españoles, se preguntaban cómo actúan la gracia y la libertad en la salvación del hombre. La cuestión era sencilla: o bien la salvación depende de la gracia de Dios, y así Dios escoge y dispone a placer de la salvación de los hombres, o bien esta depende de las obras que los hombres hacen, y así los buenos se salvan y los malos se condenan.  Lutero lo resolvió muy fácilmente diciendo que todo depende de Dios. No importan tus obras ni tus conversiones; si Dios te quiere salvar, te salvas, y si no, ya sabes, mala suerte. Sin embargo, los católicos de la Escuela de Salamanca, a diferencia de Lutero y los protestantes, discutían seriamente sobre esto. Si bien es cierto que estos teólogos discutieron a cuenta de este asunto por detalles muy precisos, sí que hay que reconocer que aquellos detalles eran fundamentales para comprender cómo se realiza la salvación de los hombres y qué peso tienen sus obras buenas y malas en su destino eterno. Si la salvación depende sólo de Dios, ¿para qué ser bueno? Y si depende sólo de las obras, ¿cómo puede el hombre salvarse a sí mismo? Ninguna de las dos explicaciones es satisfactoria y, por tanto, hay que comprender el misterio de la salvación de forma muy precisa. La libertad y la gracia cooperan y, aunque la gracia es anterior a la libertad, porque Dios siempre tiene la iniciativa, el fin de la salvación nunca se dará al margen de la persona. Dios es quien te salva, pero no si tu colaboración. En palabras de San Agustín, el Dios que te creó sin ti no te salvará sin ti.

El trabajo que realizaron los teólogos jesuitas y dominicos de la Escuela de Salamanca para comprender estos misterios y que hoy el gran público desconoce fue fundamental para la teología católica y también para comprender cómo se realiza la conversión en nuestra vida. Podemos ver que, conociendo estas dos tendencias extremas, existen cristianos que afrontan este tiempo de cuaresma, y toda la vida, imbuidos de algunos de esos dos espíritus erróneos. Por un lado, están los que lo dejan todo a Dios, es decir, los que no hacen nada. -Dios me salvará-, se dicen, -ya llegará la Pascua, no hay nada que cambiar-. Por otro lado, están los que lo hacen todo depender de sí mismos. -Debo cambiar tal cosa-, se dicen, -debo esforzarme, mi futuro está únicamente en mis manos, voy a ser mejor-. Y al final cavamos con los cristianos en cuaresma o acomodados en el sofá viendo pasar un tiempo de gracia o motivándose con frases de Mr. Wonderful, y ninguno se convierte. Para convertirse no puede uno convertirse a sí mismo. Dios convierte, Dios salva. Y la teología que se ha desarrollado a lo largo de los siglos en torno a este asunto no da la pista. Gracias a aquellos maestros que consolidaron la doctrina de la gracia y la libertad como colaboradoras en la salvación del hombre, podemos tener esperanza en Dios y en nuestras buenas obras. ¡Hay que esforzarse! El tiempo de cuaresma es tiempo de conversión, y por eso no podemos estar quietos. Hay que conocer nuestros pecados, deficiencias y debilidades para saber marcarnos propósitos concretos en los que realmente podamos trabajar. Sin embargo, no hay que olvidar nunca a Dios. Todo empieza por pedir que en esos pequeños propósitos Él nos cambie. Ningún esfuerzo da fruto si no es con Él, y mucho menos en el alma. Es por eso que nos pueden parecer inútiles las prácticas cuaresmales como la oración, el ayuno o la limosna, porque no tenemos fe. Si la tuviéramos sabríamos que por medio de esas obras de libertad y esfuerzo Dios actúa para convertirnos a nosotros y a los demás, para santificar. Todas las penitencias son eficaces, pero sólo con la gracia de Dios.

Es un buen momento para recordar a los dominicos de la Escuela de salamanca que, con su fina pluma y firme doctrina, nos dieron a entender cómo se salva el hombre gracias a sus buenas obras, colaborando con la gracia de Dios. Al fin y al cabo, lo dice Santiago el Menor en su carta que, por razones que sospecho, Lutero excluyó de la Escritura: «Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe» (St 2, 18).

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