“Donde abundó el pecado, sobreabundió la gracia”

“Donde abundó el pecado, sobreabundió la gracia”

 

Antonio María, converso y futuro ermitaño


Ha sido monje durante ocho años en la orden del Císter. Antes de esa experiencia monástica ha vivido un camino de conversión de una vida vacía de Dios. Actualmente se va a retirar a la soledad como ermitaño. En Twitter se define como “aprendiz de orante” y en la plataforma de podcast Anchor tiene unas meditaciones muy interesantes sobre la oración y la lectio divina.


Pregunta. ¿Qué te ayudó para iniciar el camino de conversión? 
Respuesta. En mi conversión hubo como una conjunción de varias cosas. Primero el vacío que te deja la vida, vivía al límite, quería sacarle a la vida todo lo que tenía, creía que me iba a comer la vida. Ganaba mucho dinero y no me importaba gastármelo en fiestas, vivir para la fiesta al final te deja seco como una uva pasa. Estaba completamente vacío, no sentía nada y el agujero que tenía dentro era tan grande que ya nada lo llenaba, nada me saciaba, sentía como una sed muy fuerte que nada me la podía quitar.

Después había una decepción muy fuerte conmigo mismo, existencialmente entré en una crisis de identidad muy grande, ya no me reconocía en nada de lo que hacía. El vacío y la oscuridad eran muy fuertes. También con los amigos estaba muy decepcionado, me di cuenta que me había juntado con las personas equivocadas, me buscaban por el dinero y los intereses, por lo que irradiaba (era muy popular) pero no por mí mismo. A esta crisis se unió una crisis económica muy fuerte, no tenía ni para comer. El ritmo de vida que llevaba era tan fuerte que ya no me lo podía permitir, aun así no podía salir de ello. Todas estas cosas eran como un círculo vicioso.

Aquí apareció una tercera cosa, muy importante, y fue la lectura. Finalmente, como de casualidad, leía cada tarde un rato. De casualidad, empecé a leer un evangelio concordado que una antigua vecina me había regalado hacía años atrás. Me puse a leerlo en plan “quijote”, sin creer en nada. La Palabra de Dios es viva y eficaz y fue removiéndome todo lo que me estaba pasando con esas crisis existenciales. Mostrándome donde estaban las fallas, mis pecados, que Jesús me amaba tal como era, que no tenía nada que temer, que en sus manos tendría una nueva vida, y lo que ya me remató, era que con Zaqueo, el hijo pródigo o la oveja perdida, me perdonaba. Terminé diciendo como el centurión: “verdaderamente este era Hijo de Dios”.

P. ¿Cómo podrías resumir tu experiencia monástica?
R. El monje es un personaje en búsqueda, esta búsqueda de la divinidad es diaria. El monje ha de buscar en su día a día, en cada cosa que le pasa, que escucha, que lee, que vive u observa, a Dios. Es desde aquí donde se ha de leer la vida monástica, búsqueda y encuentro. Te vas al monasterio buscando lo que ya sabes que el mundo no te va a dar. Dejas todo por buscar ese tesoro, que a la vez esta perdido y encontrado. Es Cristo quien te anima en esa búsqueda, y empieza en la pérdida de uno mismo.

La vida del monje está centrada por la Eucaristía, desde ahí, esparce y hace todo el monje: madruga esperando la venida de Jesús, trabaja unido a todos los hombres deseando preparar el Reino, reza y medita unido a Dios con los hombres. Come y habla pensando en las comidas del más allá. Deseando la Parusía. Pero todo esto es a la vez que ve y conoce sus propias miserias, sus heridas lo espolean a buscar el Reino de la gracia, porque en el hombre aquí abajo también reina el pecado, la miseria, el dolor. Así anda muriendo cada día en la Salve que canta a la Virgen Santísima en Completas, y volviendo a resucitar cada mañana en la Eucaristía.

Pregunta. ¿Qué atractivo cree que pueden encontrar los jóvenes en la vida monástica? 
Respuesta. A muchos jóvenes les atrae porque es un camino a la trascendencia, justo lo que esta sociedad no puede darle a los jóvenes. La vida litúrgica también les atrae, el rezo de la liturgia de las horas en comunidad es algo que te va llenando, te da un lugar común; el orar con otros te da un sentido de pertenencia y te forma también, muchos quedan como atrapados con los rezos de los monjes, en general gusta mucho rezar con nosotros, a pesar de todas nuestras carencias. También he tenido la oportunidad del trabajo comunitario con muchos jóvenes y les gusta, ya sea en la huerta, en la lavandería o en la cocina y la Lectio divina comunitaria también es algo muy bueno, te ayuda a crecer en la fidelidad y en el conocimiento y contacto con Jesús.

P. ¿Qué consejo darías a un joven que tiene inquietud por descubrir su vocación?
R. Que se deje llevar por Jesús, confiado en María. Que no se desanime, esta vida no es fácil pero que Dios llena el alma. Que va a encontrar mucha miseria, pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.

P. ¿Qué puede enseñar a un joven San Rafael Arnáiz? 
R. A no desanimarse ante las dificultades y fracasos, sus cuatro salidas y vueltas a entrar así lo demuestran. También a perseguir y concretar tus ideales. Y, sobre todo, el amor a Dios, amor a la Señora, amor a la Cruz y al sufrimiento. Amor hasta las últimas consecuencias, sin temor a perder la vida por el camino, sino a entregarla hasta el final.

P. ¿En qué consiste la vida de ermitaño?
R. Los primeros monjes eran eremitas, que, como san Antonio Abad, dejaron todo y se fueron al desierto. Después algunos de esos monjes empezaron a vivir en colonias, y nombraban un Abbá, padre, que los gobernaba. De ahí surgieron lo que monásticamente decimos los monjes cenobitas. El ermitaño se ha dado cuenta de que necesita más soledad, no ha dejado su búsqueda, sino que ahora la búsqueda le lleva a una mayor soledad. Donde la lucha con uno mismo es mayor, pero donde también apoyado en Cristo espera vencer. Allí ora de otra manera, ya no es solo la oración litúrgica, sino sobre todo la comunión de oración, profundizar en ella, para completamente unido con Cristo, orar por todos sus hermanos.
 

Antonio María en su etapa de monje
 

Entrevista por: Miguel Jiménez (Hno) 

 
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